MÁS VECINOS DE LOS BARRIOS
SAN PEDRO Y ARRIBA.
Al entrar en el corral de mi tío Agustín, veo a mi abuela
sentada en el banco de la entrada, está limpiando unas truchas y tiene los
gatos alrededor. Le doy un beso y me pregunta qué hago. Le comento mi ocupación
mañanera y me responde emocionada: “está muy bien hijo, nunca olvides esta
tierra y sus gentes, ni te alejes de tu familia”. Le doy otro beso y me voy a
la portalada para ver qué hace mi tío: está lijando una caña de bambú muy larga
(mayor que dos varales juntos). Me intereso por el fin de tal palo y me dice
que es para pescar truchas, empleando el siguiente método: “me coloco en la
orilla del río y silbo (como a los perros), entonces las truchas asoman el
morro y, en ese instante, les doy un golpe seco que las mata”. Esta es otra
mentirona de las habituales pero estamos muy orgullosos del tío Agustín por ser
un experto cazador y pescador, a pesar de los riesgos a que se expone ante los
animales de cuatro patas y los de dos piernas.
Justo cuando me disponía a abandonar el corral, aparece la Linda
seguida de otras tres vacas y tras ellas mi tía Ana Mari, que le ha tocado la
vecera; al verme, me dice: “ahora que tienes vacaciones ya vendrás conmigo” (no
sé por qué pero muchas veces me mandan con ella y me lo paso bien). Mi tía es
una precursora ya que conduce, fuma y reclama derechos feministas (algo
novedoso para las mujeres, igual es porque proviene de Riaño), pero también
hace el mejor “desayuno rural” del mundo, ni comparación con el “desayuno continental”
que ofrecen en el parador.
Le digo adiós a todos, abro la puerta del huerto, traspaso los
muros de piedra y alambradas de las tierras de El Cuarno para salir cerca de la
vivienda de Asela, que se halla muy atareada cuidando su florido huerto.
Al llegar al cruce, enfrente de mi casa, escucho un sonido de
motor, diviso a Urbano montado en su moto, el vehículo se aproxima despacio
pero haciendo eses (como casi todos los días cuando regresa de su trabajo en el
pantano); al alcanzar la curva no gira y se estampa contra el muro de la tierra
de Laureano. Eusebio, que estaba entregando una carta a Fé, se acerca y ambos
le ayudan a incorporarse. Aparentemente, no ha sido grave (o no lo siente) ya
que la víctima se levanta y continúa con la moto de la mano. Los auxiliadores
hacen comentarios sobre la perniciosa afición del accidentado, moviendo la
cabeza hacia los lados; el cartero prosigue con su reparto y mi vecina retorna
hacia su casa con el baleo en la mano (estaría barriendo la acera situada
delante de su casa). En el patio de la escuela se cruza con su marido Andrés
que venía arreando una gocha para llevarla al verraco.
Después del incidente (ya no sorprendía por novedoso a nadie),
miro a lo lejos y veo caminando a mi tío Vitorino hacia la cuadra; echo a
correr (en diagonal, por delante de casa de Metrio), porque quiero ver la nueva
ordeñadora (la inversión compensa, sus vacas son pintas). Me hace una
demostración práctica (mete las tetas en los chupones) mientras va explicando
detalladamente cómo funciona. Se le ve contento por el trabajo que le quita y
porque, al actuar por sí sola, él puede hacer otras faenas (se ha olvidado de
otra ventaja: el ahorro en cuernas). Finalizado el ordeño, le ayudo a mi tío a
trasladar la leche a su casa (la más nueva, la fachada con muchas flores), al
cuarto del fondo donde aprovecho para beber agua del balde con un tanque.
Después, me voy a la cocina para saludar a mi tía América que se dispone a
colgar, del gancho de la lumbre, una caldera con patatas para cocerlas (comida
preferida de los gochos). Como siempre, me ofrece algo para picar (una galleta,
una pasta, un trozo de chorizo o chocolate) y le aclaro que, por esta vez, debo
rehusar pues estoy casi entelao, después de tres almuerzos; sale de la cocina y
regresa con un puñado de caramelos “pa el camino”.
Tras dejar a mi tía, en la calle, oigo
golpes sobre madera; es Metrio, que está en su portalada arreglando unas
madreñas y le interrogo sobre sus quehaceres, que se resumen así: añadir
tarugos de goma y un trozo de ésta en la parte delantera, por debajo. A una de
ellas también le añadirá un aro de alambre, a la altura del empeine, porque
empieza a resquebrajarse. Nuestra conversación es interrumpida por su hermana,
Pilar, para informar que se va sajar el huerto y, al poco rato, Adelaida entra
en la hornera y sale con un brazuelo. Dejo a mi vecino porque veo a Avelina que
lleva una vaca atada con un cordel y su hijo Toño la arrea con una ijada; me
aproximo al chaval y me confirma que anda tora y la llevan al semental del
pueblo. Vamos hablando hasta rebasar la hornera de Vitorino donde me desvío a
la derecha para salvar las ruinas hacia la casa de Genoveva.
Jesús (el mediano de Toño y Enedina).
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