JUEGOS DE LA PUERTA
EL
ESCONDERITE.
En invierno, a media tarde, el frío encierra a los habitantes de
La Puerta en sus cocinas, al lado de las hornillas; los niños nos resguardamos
en las viviendas ya que no se puede “andar cernolineando por ahí”. Como otros
muchos días, nos hemos juntado en casa de mi tía Carmen para jugar al
esconderite (en otras ocasiones lo hacemos en mi casa, la de mi tía Paz, mi
abuela, etc.); hoy me “ha
tocado quedármela”, inclino la cabeza sobre el poste bajero de la barandilla,
cuento hasta 100 (mis manos tapan los ojos) y lanzo al aire el aviso
correspondiente: “el que esté,
que se esconda y el que no esté, que responda". Acto seguido, inicio la
búsqueda: miro a mi alrededor, no veo a nadie, las puertas de las estancias han
sido cerradas, tampoco se oye ruido alguno que pudiera delatar a los
contrarios.
Me desplazo hasta el final
del pasillo (hay un hueco antes de la puerta trasera), descubro a mi hermano
mayor y regreso velozmente al mástil: “un, dos, tres, por Migue” (restolea un
poco pues, si no libran, “se la quedará” el próximo juego). Ahora procede la
comprobación de los diferentes cuartos y empiezo por el comedor: agarro la
manilla con fuerza, abro progresivamente y detecto, entre las sillas, en la
parte posterior de la mesa, a Carmina que, al verse pillada, emite un mensaje
cambiando la voz: “que no soy Carmen”.
A por otro; me dirijo a la bodega (sin dejar de mirar atrás),
apenas se ve el interior, intento abrir la puerta del todo pero no es posible
(¿alguien lo impide?), empujo la hoja con fuerza progresiva hasta que mi
hermano el pequeño exclama. “¡vale, vale, que me aplastas!”.
En la cocina no suele esconderse nadie para evitar
perturbaciones a los mayores; no obstante, habrá que echar una ojeada; en cuanto
accedo, mi tía Carmen me comunica que “aquí no hay nadie” (simultáneamente me
guiña el ojo); está sentada en el escaño, al lado de la lumbre, le acompaña
agüelita (sonríe afablemente), ambas pelando patatas y debajo, disimulada por
las piernas de sus ascendientes maternas, reconozco a la nina Nieves (tumbada,
inmóvil y con los labios apretados); su padre, jugando con el benjamín sobre la
mesa, se torna cómplice: “aquí sólo está Carlines” y con su dedo índice me
señala que vaya a la pieza anexa (¿quién se hallará en ese lugar?). Enterado
del mensaje, debo ausentarme para finalizar la actuación: “pues si no hay
nadie, me voy” (ahora Nievinas se relaja y sonríe). Siguiendo la indicación de
mi tío, paso a la despensa, nada detrás de la puerta, solo hay un sitio
posible: debajo de la mesa, ocultada por el bidón de leche, se halla acurrucada
Angelines (la de Villafrea), que se lamenta: “¡jope, jopelines!” y le respondo:
“tranche, no cojas una jata”.
Habiendo finalizado la revisión de la planta baja debo comenzar
la exploración del piso superior; procuro ascender sigilosamente (buscando el
efecto sorpresa) pero siempre hay algún peldaño que restalla y me revela la
posición. Cuando llego a los escalones cimeros, escucho un sonido familiar
(desplazamiento de un objeto por el suelo) proveniente de la habitación situada
encima de la cocina; me adentro, reptando por el suelo, y sorprendo a las
mellizas debajo de ambas caminas individuales; de inmediato, celo y regreso
rápidamente, al tiempo que Rosi recrimina a su hermana: “¡pero, chacha!; ¿vas a
vaciar el orinal ahora?. Ana se ríe a carcajadas.
Me preocupa que no haya atrapado a mis primos mayores y temo que
me la líen. Reinicio la marcha hacia las alturas, en mi mente planeo revisar la
habitación de la izquierda; observo el espacio, miro debajo de las camas y
observo algo raro detrás de la puerta: sobre una silla distingo unas zapatillas
y dos patas de pantalón (el resto del cuerpo se halla cubierto por un abrigo
colgado del perchero). Le digo: “Ramonín, cayó colín” y salta como un resorte
para intentar llegar antes que yo al madero. En mi precipitada carrera hacia
abajo, me trastabillo en los últimos peldaños, dejo a la izquierda el pilar y
acabo estampao contra la puerta principal; nadie reclama por no “haberle dado”
pues se comprende la imposibilidad. El parte de lesiones reseña un chichón en
la frente que no me impide seguir jugando (tras aplicar un poco de saliva).
Con una mano frotando la parte herida, retomo la batida; en la
habitación de la derecha casi siempre es oculta alguien, pero llevo un rato sin
parar de escudriñar el entorno y no localizo a nadie. Justo cuando me disponía
a abandonar el registro, observo que la almohada presenta un aspecto
inusualmente irregular, levanto la colcha y “despierto” a mi primo Alfredín que
permanecía acochao y sin rebullir, suplantado al objeto de apoyar la cabeza.
Una carrerina más hasta el poste.
Otra vez para arriba, desde el pasillo siento abrirse una puerta
de armario (intuyo que el ruido proviene de la habitación de matrimonio): nadie
detrás de la puerta ni bajo el lecho conyugal, pero entre el lateral del
armario y la cortina se trasluce una silueta. Remuevo la tela y aparece Mari
Cruz; echo a correr pero, de repente, se abre la puerta del armario (Lourdes
había sido introducida por su hermana) y mi nariz impacta de plano contra la
madera; yo interrumpo totalmente mis movimientos, de mis fosas nasales brota
sangre, hago presión con el moquero y pasados un par de minutos se reanuda el
juego.
Ya sólo me faltan los dos mayores, tienen que estar en lo más
alto, el desván; allí me dirijo con mucha precaución (estos bichos son
peligrosos), llego a la puerta y procedo a su lenta apertura, oigo pisadas por
el entarimado y asciendo hasta el nivel del tablado; observo el entorno (cama,
arcas, varales, cestos, etc.) y veo las zapatillas de Luismi entre unas mantas.
En mi descenso se suceden los brincos de tres y cuatro peldaños, hasta que veo
a mi primo Paco, son su mano sobre el poste, esperando para pronunciar una
frase odiosa: “por mí y por todos mis compañeros”; había permanecido agazapado
debajo de la escalera (no me percaté de ese escondite) y aguardaba el momento
oportuno.
Por hoy, se acabaron los juegos, estoy mancao, el chinchón ha
crecido, la nariz sangra bastante y hay que retornar a casa o Enedina podría
aplicar una estallina. Además ya hemos dado bastante guerra a mis tíos. ¡Qué
paciencia!. ¡Como si fuera poco criar a diez hijos!... y nunca se quejan, todo
lo contrario, siempre muy cariñosos (son mis padrinos, ¡qué suerte tengo!).
Jesús (el mediano de Toño y Enedina).