sábado, 25 de agosto de 2018

EL PAJARÍN DEL CAMPANARIO.


                                 


                                   EL PAJARÍN DEL CAMPANARIO.


Desde mi privilegiada atalaya campanera, observo el entorno y percibo sonidos habituales en el silencio matutino: hace unos minutos oigo unos bocinazos que se producen a intervalos, los reconozco perfectamente, es Paco, el panadero, que recorre el pueblo vendiendo sus productos caseros; su furgoneta se detiene delante de la casa de Marina, la cual recibe una hogaza reciente. Por el pontón se acerca Isolina a por su hogaza… “me comería un buen trozo con chorizo”.

Mi madre sale con la carretilla llena de productos del huerto situado delante de la cuadra de Jandra… “nabos y remolacha para los gochos” (ojalá no me vea aquí arriba, tengo que permanecer inmóvil, me tumbo en el suelo).



Emilia transporta dos baldes de leche encima del carretillo, que es agarrado firmemente para evitar derrames innecesarios… “lo entregará a Rosa, la de Gil”.

Mi tía Ana Mari arrea sus vacas y las de sus vecinos pues le ha tocado la vecera. Anda tranquilamente, en una mano un palo y en la otra un cigarrillo… “como los hombres, hace bien”.

Javier, el de Sofía, lanza unos palines al agua del calce que discurre por detrás de la iglesia para que naveguen hasta la posición de Anselmo (unos metros más bajo)… “a todos los chavalines nos presta jugar en el calce”.

Mi padre cruza, por el huerto, desde la casa de Miguel (el de Tiquia) hasta el camino… “ya ha ordeñado las vacas” (lleva una cuerna y un caldero de leche).

Piedad arrea una gocha y se dirige hacia la calle de la izquierda, antes de la escuela…“habrá quedado para echarla al verrón”.

Mi tío Agustín toma la curva en su nuevo y flamante Seat  600… “a ver cuándo me da una vueltina”. Se dirige hacia la izquierda de la escuela… “no hay duda, va a echar el macho a la cerda”. 

Paco Ania, montado en su gran camión (suele visitar a su hermana), le cede el paso a su cuñado en el cruce de la escuela, y lanza dos potentes toques de bocina (a modo de saludo)... “me encantaría montar en ese cachivache”.

Los tres hijos mayores de Fabio salen del corral de su tía Nati. Le chisto a Juanjo para que suba pero su hermana mayor, María Eugenia, empieza a gesticular airadamente y prohibirle tal ascensión. Esther le recrimina: “no te pongas así, déjale al rapaz, que ya es grande”… “los hermanos mayores son unos mandones”. 

Mi abuela, acompañada de su hija Sabina, camina por el pontón hacia el interior del pueblo… “visitarán a mi madre y mi tía Carmen” (casi todos los días, mi agüelita, se interesa por sus hijas y nietos; también nosotros por ella).

María (madre de Marina) lava ropa en el calce, inclinada sobre la taja, y el tío Quico la observa sin detener su andar. Ajenos a su destino, ni se imaginan que ambos formarán una parte esencial de nuestra memoria fotográfica.

Onésimo coincide con Federico (hermano de Piedad) delante de la casa  de Marina. Ambos avanzan lentamente, el primero ayudado por su inseparable vara y el segundo agarrando sus manos en su espalda… “éstos van an’ca Jandra”.

Mi tía América lleva, en su carretilla de rueda de goma, hacia la cuadra situada detrás de la casa de Piedad, un saco de harina… “¡qué bien cuidan a sus vacas mis tíos”.

Olga y Ana Mari (la de Nides) aparecen por delante de la casa de Asela, paseando tranquilamente, hablan y hacen bastantes ademanes… “estas jovencinas igual andan ya con cuentines”.

Agapito saca una vaca a beber… “estará recién parida”. Mientras el animal sacia su sed, el amo charla con un veraneante, al cual no reconozco, y otro (demasiado bien vestido para el pueblo) observa detenidamente al cuadrúpedo… “será un señoritingo”.



El tío Fermín, azada al hombre y calzando botas de regar, se acerca lentamente a las compuertas, levanta la situada a su izquierda, baja la central y derecha, colocándoles unos morrillos encima para que no las abran los rapaces… “a este hombre le toca hacer todo, alguno podía no ser curilla)”.

Mi tía Paz, encorvada sobre el surco, saja lentamente la tierra de El Cuerno, mientras su hijo Toño arregla la cabecera para mejorar el riego… “tendría que arreglar las piedras que yo le tiré al saltar la cerradura hace dos días”.

Sara y Lidia se dirigen hacia la casa de mi abuela con unos capacines en los que suelen llevar sus cacharitos y otros juguetes… irán a jugar con mi prima Merche.

A mis oídos llega un sonido muy potente; de repente parece una moto a toda velocidad hacia la iglesia y da un frenazo al llegar a la entrada. Es mi primo Toñín (el de Heraclio) y me ordena que baje: “ves, he conseguido arrancarla. Monta que te doy una vuelta”… “¡qué jodío! Y eso que estaba abandonada en la hornera de mi abuela”.

Me agarro fuertemente mediante un abrazo y comienza el viaje: recorremos la calle principal hasta el puente de la entrada, gira hacia el cementerio y retornamos por la travesía del barrio Abajo; a la altura de la casa de Genoveva, adelantamos a Julia y Domitila, en el cruce de la escuela a María (la madre de Ángeles) y María (la hermana de Alberto), todas con su velo en la cabeza… “son un poco “cagaprisas” para ir a misas”.

Cerca del lugar de culto, alcanzamos a  Don Antonio, el cual avanza con paso largo y acelerado; trae su misal y la grande llave de la puerta en la mano. Ya en la sacristía, me riñe por montar en la moto y “porque le ha dicho un pajarín” que he estado en el campanario varios domingos antes de iniciar la misa… “yo comprendo que me tiene que reñir”, además siempre lo hace de buenos modales e intentado convencer.

Jesús (el mediano de Toño y Enedina).