sábado, 26 de noviembre de 2016

GENTE DE LA PUERTA

GENTE DE LA PUERTA



    Tere y Loli

LA PUERTA Y SUS GENTES 1752.1987 (9)


LA PUERTA Y SUS GENTES 1752.1987 (9)


Trigésimo primera.-

Manuel Álbarez, de hedad de quarenta años, estado noble, casado con María Díez, tiene por hijos a Manuel y María, menores. Exercicio labrador; su jornal diario quatro reales. La utilidad de la madera siete.
Manuel Álvarez Álvarez, hijo de Francisco Álvarez y Catalina Álvarez estaba casado con María Díez Puerta hija de Juan Díez y María de La Puerta,  todos naturales de La Puerta. Fruto de este matrimonio nacieron Isidoro Álvarez Díez en 1745, que debió fallecer prontamente ya que no figura en el Catastro; en 1747 nacía Manuel y en 1752 lo hacía María.
Manuel Álvarez Díez se casó con María González Fernández y en 1780 nacía su hija Ana María Álvarez González. Tras enviudar se volvió a casar con Francisca Burón Villarroel de Argovejo, y a la edad de 80 años, su mujer 40, tuvo otra hija; Jerónima Álvarez Burón.
Ana María Álvarez González se casó con Manuel Díez González, emparentando con la familia nº 16 de esta relación de familias de La Puerta.


Trigésimo segunda.-

Marcos Moreno, de hedad de treinta y dos años, estado general, casado con Francisca Rodríguez, tiene por hijos a Francisco, Manuel y María, maiores, Juan y Juana, menores. Exercicio labrador; su jornal diario quatro reales. La utilidad de la madera siete. El jornal de sus hijos maiores dos reales cada uno.
Marcos Moreno Díez, casado con Francisca Rodríguez Álvarez, descendiente ésta del pueblo de Éscaro, hija de Juan Rodríguez y Eugenia Álvarez. En este caso los registros no concuerdan enteramente con los datos del catastro. En 1731 nacía su hijo Francisco Moreno Rodríguez; un año más tarde, 1732, figuran bautizados en La Puerta Manuel y Juana; en 1736 Manuela, que debió fallecer prontamente; en 1739 Juan; 1741 Catalina; Domingo en 1743 y Manuela en 1748.
Manuel Moreno Rodríguez se casó con Marta Fernández Rojo de Carande naciendo en 1769 María Moreno Fernández; en 1771 Francisca; Felipa en 1773; Manuela en 1775; Valentín en 1777; Juan Manuel en 1778 y Juliana en 1782.
Manuela Moreno Fernández se casó con Manuel Álvarez-Campo Prieto y fruto de este matrimonio nacieron en 1806 Teodora Álvarez-Campo Moreno; en 1810 Manuela Antonia y en 1816 Rosenda. Teodora en 1836 tuvo una hija de soltera llamada Micaela Álvarez Moreno.
Su hermana Juliana Moreno Fernández se casó con Francisco Carrera Díaz, natural de Besande, naciendo en 1821 su hijo Matías Carrera Moreno.
Manuela Moreno Rodríguez se casó con Vicente Sierra Domínguez, natural de Riaño, en 1779 nacía su hija Cruza Sierra Moreno.
Juan Moreno Rodríguez se casó con Josefa Pérez González, naciendo en 1780 su hijo José Moreno Pérez.
José Moreno Pérez se casó con María Paniagua Fernández, natural de Éscaro. Ver familia 4ª de esta relación de familias de La Puerta.


Trigésimo tercera.-
Miguel Alonso de Noriega, de hedad de veinte y seis años, estado noble. Su exercicio secretario de número, la utilidad anual doscientos reales de Vellón.
Miguel Alonso Rodríguez, hijo de Marcos Alonso e Inés Rodríguez, no sabemos si lo de Noriega es su procedencia o una simple errata. Su padre aparece apadrinando a un mozo en 1726, y alguna de sus hijas Manuela en 1726, Antonia en 1730, Ángela 1733 nacen en La Puerta. Otro hijo Fernando se casa con Rosenda Rodríguez Rodríguez de Lois, en 1745 bautizan a su hijo Diego,  en 1748 a Manuel, en 1750 a Francisco. Manuela se casó con Juan Moreno Díez (familia nº 17).
En cuanto a Miguel Alonso de Noriega, éste se casó con Ana Álvarez Sánchez, natural de Burón; fruto de este matrimonio nacerían en 1754 Agustín Alonso Álvarez y en 1757 Baltasara.
Baltasara se casó con Santiago Álvarez Díez y en 1783 nacía Juan Bautista Álvarez Alonso y en 1787 Isidoro.
Juan e Isidoro se casaron con dos hermanas de Éscaro; Juan con Micaela e Isidoro con Isabel Rodríguez Valbuena, emparentando con la familia nº 18.


Miguel A. Valladares Álvarez





domingo, 20 de noviembre de 2016

viernes, 18 de noviembre de 2016

LA PUERTA Y SUS GENTES 1752-1987 (8)

LA PUERTA Y SUS GENTES 1752-1987 (8)


Continuación de las familias que habitaron en La Puerta entre 1752 (Catastro de Ensenada) y 1987 (desaparición del pueblo)



Vigésimo sexta.-
Manuela Álvarez, viuda, tiene por hijos a [ilegible], Manuela, Cathalina y María, maiores, de estado noble. El jornal de el hijo maior dos reales.
Manuela Álvarez era viuda de Domingo Díez Rodríguez. En cuanto a su hijo que aparece en el Catastro como ilegible era sin duda Simón, además de las hijas e hijos  mencionados tuvo otro hijo Juan, que falleció prontamente. Simón Díez Álvarez nació en 1729; en 1733 nacía Manuela; Juan en 1737; María en 1740 y Catalina en 1745.
Simón Díez Álvarez se casó con María Álvarez Díez; fruto de este matrimonio nació en 1758 su hijo Manuel Díez Álvarez. En 1762 nacía su hija María, en 1765 lo hacia Baltasara; en 1767 Francisco Antonio.
Manuela por su parte contrajo matrimonio con Manuel Álvarez Díez naciendo en 1761 su hija Manuela Álvarez Díez, en 1767 Mª Antonia.
María se casó con Francisco Álvarez Díez, fruto de este matrimonio nacía en 1771 su primogénita Francisca Álvarez Díez; y en 1776 su hijo Francisco.
A partir de 1776 no se vuelve a tener referencias de estas familias en los registros de La Puerta.

Vigésimo séptima.-
María Diez, viuda, tiene por hijos a Francisco, Josepha y María, menores, de estado noble.
María Díez Pedrosa era viuda de Francisco Álvarez Alonso; tuvieron tres hijos: Josefa Álvarez Díez nacida en 1729; María en 1737 y Francisco en 1740. De estos sólo tenemos noticias de Josefa, emparentada como hemos visto anteriormente con la familia vigésima.


Vigésimo octava.-
Manuel Díez de Valbuena, de hedad de quarenta años, estado noble, casado con Cathalina Diez Canseco, tiene por hijo a Mateo, menor y por criada a Manuela Alonsso. Exercicio labrador. Su jornal diario, quatro reales, la utilidad anual de la madera siete.
Manuel Díez Alonso, natural de Valbuena del Roblo estaba casado con Catalina Díez Canseco, aunque en la época del Catastro sólo figura un hijo tuvo 3, uno nacido en 1749, Valentino, que falleció prontamente; Mateo nació en 1751 y posteriormente en 1757 nacía Manuel Antonio.
Mateo Díez Díez se casó con Margarita Díez Alonso emparentando con la familia nº 13 del mencionado Catastro.

Vigésimo novena.-
Mathias Díez, de hedad de treinta y tres años, estado noble, casado con Manuela Díez, tienen por hijos a Francisco, Juan y María, menores.  Su jornal diario, quatro reales, la utilidad anual de la madera siete.
Matías Díez Puerta, hijo de Juan Díez y María Puerta; casado con Manuela Díez Pérez, descendiente esta última de Riaño. Aparte de los hijos mencionados en el Catastro tuvo 2 más: En 1742 nacía Francisco Díez Díez; María en 1744; Roque en 1747; Juan en 1751 y Manuela en 1753. Tras enviudar se casó en segundas nupcias con Antonia Allende García con la que a la edad de 69 años tuvo otro hijo: Lorenzo Díez Allende.
Su hija María se casó con Juan Antonio Rodríguez Alonso, de cuyo matrimonio nacieron Rosalía en 1777 y Matías en 1780, emparentando con la familia 8ª del Catastro.







Trigésima.-
Miguel de las Rozas, de hedad de quarenta años, estado noble, casado con Maria Albarez, tienen por hijos a Juan, Gregorio y Maria, menores. Su jornal diario, quatro reales, la utilidad anual de la madera siete.
Miguel de Las Rozas Álvarez, hijo de Juan de Las Rozas y Tomasa Álvarez, hermano de la familia sexta del Catastro, casado con María Álvarez Alonso; tuvieron 5 hijos: Juan de las rozas Álvarez nacido en 1740; Gregorio 1744; Juan Antonio 1747, Manuel 1750 y Pedro en 1755.
Juan de las Rozas se casó con Catalina Calle Prieto y tuvieron dos hijas: Mª Antonia de las Rozas Calle, nacida en 1779 y Manuela en 1782. Manuela se casó con León González Álvarez de cuyo matrimonio nació en 1809 Santos González de las Rozas, emparentando con la familia nº 16 del Catastro.
Su hermano Manuel de las Rozas Álvarez se casó con María Rodríguez Rodríguez natural de Burón y tuvieron 3 hijos: Tomasa de las Rozas Rodríguez en 1779; Basilisa en 1783 y Felipa en 1786. Tras enviudad volvió a contraer matrimonio con María Burón Sierra de Riaño con la que tuvo otros tres hijos: Esteban y Manuel, gemelos nacidos en 1792 y Dominga en 1793.
Dominga de las Rozas Burón se casó con Marcelo Moreno de La Fuente, emparentando con la familia nº 17 del Catastro.


Miguel A. Valladares Álvarez

viernes, 11 de noviembre de 2016

LOS JUEGOS EN LA PUERTA: PICALVO EN TIERRA...


PICALVO EN TIERRA…

Estoy desayunando junto a mi hermano mayor y el gato, que deambula por debajo de la mesa miagando suavemente; aparece mi padre para indicarnos que tenemos tarea: picar un montón de salgueras amontonadas en la portalada. Acto seguido nos pusimos a ello para acabar pronto y dedicar el resto del día a nuestras andanzas por La Puerta. De repente, se acercan varios amigos solicitando que vayamos a jugar con ellos pero les explicamos que debemos cumplir nuestro encargo paterno. Inmediatamente, todos se implican para finalizar cuanto antes: Manolín y Metrines cogen la sierra y van cortando los troncos sobre el caballete, Javi separa las salgueras del montón y las acerca a los cortadores con hacha (Michel y yo); Enrique y Alfredín colocan los troncos en la rimera. Mientras saca las varas, mi primo Javier percibe la forma del picalvo en una de ellas y nos propone hacer uno para jugar después; me pasa la rama, corto el trípode y siete palos, uno para cada jugador.

Finalizada la tarea nos dirigimos al campo de juego habitual, situado entre el inicio de la calle (línea de lanzamiento) que parte enfrente de la casa de mi tía




Carmen y la entrada a la cuadra del tío Benito. A la derecha, aguanta en pie medio muro, en ruinas, que contiene la invasión del estiércol procedente de los aboneros que se acumulan al otro lado; al final, se eleva un palenque que sirve de protección al picalvero. A la izquierda se halla la pared de la portalada de Eusebio (con un ventanal, apropiado para espectadores y a su altura se traza la primera línea de la zona del picalvo) y a continuación la tapia que conforma el cierre del corral del establo referido; al final de esa pared se marca la segunda línea de la zona del picalvo).  

Por el camino, nos cruzamos con Vicente, Ramón y Anselmo, los cuales, enseguida se apuntan al juego; le digo a mi hermano que vayan a nuestra portalada y cojan unos palos de la rimera. Al pasar por delante de la casa de Metrio, encontramos una pitera apropiada, separando la piel de la suela de un zapato viejo abandonado entre las ortigas.

Yo me ofrezco para quedarme de picalvero y trazo las líneas de la zona del picalvo y el círculo donde colocarlo (se dibuja girando el trípode sobre una pata, a modo de compás). Me sitúo detrás del palenque protector (a la derecha, al final del muro) y mis amigos comienzan a lanzar sus palos. Les recuerdo que para pasar entre las líneas, el trípode debe estar caído o alguna de sus partes fuera de su círculo (puede ocurrir que se desplaza pero no cae) y en otros casos hay que arriesgarse para triunfar.

Enseguida, acuden otros chavales (Joseale, Tinín, Paquito, Toti, etc.), también ninas (Maribel, Carmina, Maite, Rosana, Belén, etc.), de diversas edades (Luismi, Pedrito, Albertín, Pacita, Engracia, Ana Carmen, etc.) y estaturas, que desean participar (por norma, el nuevo jugador debería quedarse de picalvero pero renuncio a ese privilegio porque quiero pillar a uno de los chicos mayores); aceptamos a todos y es curioso cómo se ponen a rebuscar, cada uno, su palo de lanzamiento en los leñeros próximos. Algunos eligen unas estacas exageradas (¡qué atorrantes!) y los chavalines se deciden por unos palines demasiado frágiles (en caso contrario no alcanzarían el objetivo).

Los palos volaban por el espacio aéreo o se arrastraban por el suelo, el picalvo saltaba por los aires, salía despedido o se desplazaba ligeramente; cada vez que sucede, el autor debe gritar: “picalvo en tierra, picalvero de la mierda”. Como picalvero acudo raudo a pinarlo o recolocarlo, los jugadores traspasan las líneas de la zona (unos para “arriba” y otros para “abajo”) y estoy muy atento para lanzar la pitera (al que le dé, se queda de picalvero). En una ocasión se la tiro a mi primo Toño, el cual se agacha y la suela, tras superar la tapia, acaba en el abonero de su abuelo; esto es una faena ya que el tiempo invertido en recogerla y limpiarla permite que todos los jugadores regresen tranquilamente a la línea de tirar.



El siguiente juego se puso muy interesante pues nadie consigue derribar el calvo; ahora hay que arriesgarse a traspasar las líneas sin ser cazado, provocando al picalvero; unos me tientan por el lateral derecho (arrimados al muro) y otros por el izquierda, hasta que el gocito de Veyo intenta el acto triunfal (evitar el proyectil con un requiebro, un engaño, etc.) pero tiene mala suerte: al iniciar la carrera pisa una moñiga y cae al suelo, recibiendo al mismo tiempo dos golpes: la morrada y el piterazo. Se reincorpora tranquilamente, pasa la mano por sus rodillas para quitar el polvo y las piedrinas adheridas, se frota las manos y… que no pare el juego.

Los jugadores respetan ciertos códigos no escritos, como que los mejores lanzadores lo hacen al final (es la manera de “salvar” al resto) o que los más hábiles intentan engañar al guardián; pero el picalvero también tiene sus trucos para sorprender a los jugadores: tirar a la remanguillé, hacerse el distraído, espera al más torpe, etc.

Al final, hemos jugando hasta la hora de comer, incluso algunos mayores, que pasaron por allí, nos suplicaron que les dejáramos hacer un lanzamiento (se nota que lo añoran) y se permitían darnos alguna lección o consejo (aunque fallaran). 


Jesús (el mediano de Toño y Enedina).