sábado, 24 de febrero de 2018

LA PUERTA EN FECHAS. CRONOLOGÍA 1900-1987 (61) 1960



LA PUERTA EN FECHAS
CRONOLOGÍA 1900-1987




1960




06-02-1960 Fallece a los 82 años de edad Primitivo Gutiérrez González. Primitivo estaba casado con Jesusa González Gutiérrez, no tuvieron descendencia.



23-03-1960 Boda de Araceli Valladares Rojo y Urbano Gutiérrez Martín en la iglesia de San Agustín de Madrid.

25-03-1960 Nace a las 6 de la mañana Francisco Álvarez Álvarez, hijo de Francisco Álvarez y Carmen Álvarez. Hermano de Mª Cruz, Luis Miguel, Carmina, José Ramón, Ana, Rosi, Nieves, y Juan Carlos.



31-03-1960 Bautizo de Francisco Álvarez Álvarez, fueron sus padrinos Argimiro Álvarez y Consuelo Flórez, ella natural de Villaobispo de las Regueras. Testigos: Agustín Álvarez e Ismael González.

03-09-1960 Boda de Sabina Álvarez Díez y Pedro Palamear Muñoz.

10-09-1960 Boda de Antonio González Álvarez y Enedina Álvarez Díez. Oficio la ceremonia el párroco Antonio González Rodríguez, natural de Prioro. Fueron testigos Simón Álvarez y Martín Díez.


24-09-1960 Recibe en Roma el subdiaconado Teótimo González Álvarez.

06-10-1960 Fallece a los 56 años de edad Enriqueta Alonso Álvarez. Enriqueta permanecía soltera, era la única hija de Sotero Alonso y Petra Álvarez Canal.

27-10-1960 Nace a las 4 de la tarde María de los Ángeles Díez Carril, hija de José Manuel Díez y Anunciación Carril natural de Las Salas. Hermana de Silverio (Bello), José Manuel, Mª Blanca y Camino.

                                                       Foto: Mª Ángeles, José Manuel y Camino.

31-10-1960 Bautizo de María de los Ángeles Díez Carril, fueron sus padrinos Baltasar Carril y María Pérez, ambos naturales de Las Salas. Testigos Ismael González y Sabino Sierra.





MIGUEL A. VALLADARES ÁLVAREZ

BUSCANDO CENCERROS.


BUSCANDO CENCERROS.

Me he despertado pronto, estamos en antruido, la choza está preparada en lo alto de El Camperón y hay que buscar cencerros para corretear por el pueblo con ellos colgados de un ancho cinturón. Siempre hay una disimulada competición para comprobar quién es el mocín que porta el campano más grande y cuál lleva mayor cantidad de elementos sonoros.



Mi padre tiene seis unidades, las cuales repartirá equitativamente a dos por hermano: los grandes para el mayor, las pequeñas (una cencerrina y una esquila) para Vicente y para mí los otros dos medianos (como mi posición en la jerarquía fraternal). Pero yo quiero conseguir más elementos sonoros y por ello analizo las opciones: mis tíos Francisco y Laureano no podrían prestarme ninguno ya que ambos tiene suficiente con repartir entre sus diversos hijos; sin embargo, con los otros dos tíos igual hay suerte.

Al salir de casa, veo a mi tío Vitorino (sólo tiene una hija) que se si dirige a la cuadra (irá a ordeñar, lleva dos cuernas); me acerco, le comento mis intenciones e, inmediatamente, saca tres cencerros de un cajón cubierto de telarañas. Le agradezco que me los deje y muestro mi espontánea alegría por la cantidad, pero al poco rato se torna en cierta tristeza porque me ordena compartirlos: “uno para cada hermano”. Creo que mi tío ha obrado acertadamente y ya no me importa ceder uno a cada hermano (en otras ocasiones ellos me han dejado sus cosas).

Posteriormente, visito a mi tío Agustín (tiene un hijo pequeño y tres hijas), el cual se halla cepillando las vacas y, tras comentarle mi deseo, extrae un cencerro de un desgastado collar de cuero (colgado de una clavija fijada en la pared) y me comenta: “no lo pierdas, que en primavera hay que ponérselo a la Linda”. Como sé que tiene más instrumentos le pregunto si puede cederme alguna esquila pero me responde: “chacho, hay que repartir con tus hermanos y tus primos; diles que venga a por ellos. Y la esquila es para Nando”.
Al mediodía, me dirigía hacia mi casa por detrás de la cuadra de Metrio y, justo antes de tomar la callejina anexa, coincido con mi vecino Andrés, el cual sacaba una carretilla de abono; me pregunta: “¿qué haces nin?”. Le informo que ando buscando cencerros para correr el anturido y me dice que le acompañe a la cuadra, donde me entrega un “casi campano”, muy sonoro, y me advierte: “agarra el badajo, sal sin hacer ruido, no le digas nada a Fe (su esposa) y mañana me lo retornas”. Al día siguiente, meto un puñao de hierba entre el badajo y el metal, traspaso la callejina, me asomo al rebasar la esquina de mi cuadra y le veo partiendo leña en su portalada. Me acerco sigilosamente, le agradezco su préstamo, me pregunta si me ha gustado y me sugiere que para otro año me deja dos… si encuentra uno que tiene en el desván, entre trastos.



Después de comer, decido ir a buscar Manolín (el de Pepón), tomo el camino del barrio Abajo, giro a la altura de la choricera, avanzo en dirección al cementerio y, en la calle anterior a la casa de mi amigo, diviso a tío Fermín, delante de su cuadra, unciendo las vacas. Me aproximo, le ofrezco mi voluntariosa ayuda y es aceptada (“acércame la melena, sujeta la cornal, trae el sobeo, coge la ijada, etc.”). Acabada la tarea, me pregunta “¿y qué haces por este barrio?”; al manifestarle que “ando buscando cencerros para correr el antruido”, se mete en el establo y sale con dos instrumentos medianos: “toma, te los regalo”. Empiezo a correr y dar brincos mientras su mujer, que nos observaba desde la puerta de la casa, le interroga displicente: “¿se los das al rapaz?”; el futurista Fermín exclama sabiamente: “¡bah!, ¿y pa’ qué los queremos?” (tres de sus hijos son curas y el otro trabaja en Valladolid).     

Al anochecer, regreso a casa, entro en la cocina y encuentro a nuestra vecina, Asela, sentada en el escaño, al lado de la lumbre, en animada conversación con mis padres. La señora me pregunta: ¿qué haces Jesusín?” y aprovecho la oportunidad para “dejar caer” mis intenciones (“igual consigo algo, sus hijos ya son mayores”). Bueno, al cuarto de hora de haber abandonado mi casa la señora, llama a la puerta su hijo Luis, el cual me entrega tres elementos de buen tamaño y me indica: “uno para cada hermano y no te lo cuelgues del cuello”. Me hace un amago de cachete y desaparece apresuradamente en la noche lobera.

Antes de dormirme, entre las gélidas sábanas y bajo el sobrepeso de las mantas, hago un recuento de objetos conseguidos; creo que le voy a cambiar un cencerro por una esquila a mi hermano menor: “me prestaría llevarla, parece una campanina”. Posteriormente, me surgen pensamientos sobre la posible relación entre mis vivencias y expresiones habituales: “estás como un cencerro” o “andas cencerreando todo el día”… mañana se lo preguntaré a Doña Carmen.

Jesús (el mediano de Toño y Enedina)