LA CLÁSICA DE SAN
PEDRÍN
(LA PUERTA HACE 60
AÑOS)
CRÓNICA
La Clásica de San Pedrín, en el segundo día de la fiesta de
la localidad, se inició a media tarde con un recorrido que no superó los 10
kilómetros; recorrido prácticamente llano, con un nivel ascendente en la primera
parte de la prueba, pero sin la suficiente entidad como para ser puntuable para
premio de la montaña y una pendiente descendente en su segundo tramo de regreso
a meta.
La carrera que partió desde La Puerta, discurrió por la
nacional 621 en su totalidad, para llegar al Puente de Torteros, en donde se
giró para regresar al punto de partida. Solo hubo un punto de avituallamiento,
situado en el kilómetro 1, en la Casilla del Caminero, en cuyo portal siempre estaba
disponible el botijo con el agua fresca recién traída del Parador Nacional de
Turismo, y siempre disponible al grito de ¡Áurea,
el botijo!
El pelotón se concentró ante el Bar de Isidoro, lugar de salida
y llegada, con las bicicletas de hierro y sin engranajes, con las gomas de
freno más gastadas y brillantes que un garabito, quien los tiene, los más
frenaron metiendo la alpargata en la "lenticular" trasera. Los
guardabarros al uso y medio sueltos y con sus dinamos preparadas por sí a
alguno de los participantes se le hiciera de noche.
No ha habido una numerosa participación, y los ciclistas son todos
conocidos de los aficionados entre los que se ha creado una inusitada
expectación: Olegario Álvarez; Valentín Alonso, Zóximo Valladares, Eulogio
Álvarez, los hermanos Rodríguez: Gundo y Nato y Guillermo Rubio, el Tigre de la
Montaña, que lo fue de La Montaña antes que de Villahibiera.
Sin banderín de salida y al grito de ¡ya!, los participantes
partieron y ya de salida Guillermo Rubio demarró y a la altura del Salido de
los Jatos aventajaba a su perseguidores en más de 100 metros, ventaja que al llegar al Puente de
San José seguía en aumento. Los perseguidores perdieron de vista al escapado en
las curvas de La Calcada, no volviéndole a ver hasta llegar a la recta de
Éscaro, momento en el que el pelotón, que aún no había llegado a la rampa de
Camiñon, ve al escapado que ya ha superado la rampa La Ermita. El escapado hace
su entrada en Éscaro, ni tan siquiera al llegar a casa del tío Patricio, desde
donde se tiene una visión de toda la recta de Éscaro, se permite la licencia de
mirar atrás. Al llegar al Puente de Torteros, paso intermedio, gira brutalmente
levantando hasta gravilla y dejando la huella de la cubierta en la brea, para a
continuación acelerar y recuperar la cadencia de pedaleo.
Ya de vuelta, se cruzó con sus perseguidores que se encontraban a la altura de La
Marnia.
El fugado, rodando a piñón fijo, y nunca mejor dicho, fue
aumentando su ventaja a la sombra de la larga chopera de la recta de Éscaro,
entrando derrapando en las curvas de La Calcada y evitando con maestría un
bache a la altura del prao del tío Leandro, aún sin segar. Por atrás, el
pelotón rodó sin organizarse para poner fin a la fuga, cada uno pedaleó lo que
pudo y alguno llevaba los muelles del
sillín escaneados en el trasero.
Guillermo Rubio, el Tigre de la Montaña, empezó a tener
problemas mecánicos a la altura del Prao del Toro, y al entrar en el Rincón del
Molino la cadena empieza a darle problemas, problemas que se agudizan a la altura
del Puente de la Rebisquera en donde definitivamente ésta se salió. Pero el
escapado nunca se dio por vencido y tras echar la bicicleta al hombro corrió
los últimos 500 metros para entrar destacado en la meta. El pelotón llegó un
poco antes de la vecera.
El ganador, que no presentó muestras de fatiga, no hizo declaraciones,
tan solo gritó su lema de guerra ¡písale
junquillo hasta que quememos el chofer!; mientras que sus perseguidores
destacaron la fuerza con la que rodó el ganador y la distancia que les sacó ¡y eso que hicimos trampa y dimos la vuelta
antes de llegar a Torteros!, declaró uno de ellos.
Miguel A. Valladares
Álvarez
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