lunes, 1 de octubre de 2018

LA DORMIDA EN EL PRAO CERRAO.



V. LA DORMIDA EN EL PRAO CERRAO.

Durante la comida, mi padre ha comentado que esta noche viene un rebaño a dormir al “prao cerrao” o “prao de los panaderos”; esta novedad la compartimos con otros niños del pueblo y resulta que otro pernoctará en el prao de El Reorco de mi tío Francisco. Decidimos acudir a recibirlos pero hay que ir con tiempo pues en octubre los días son más cortos; Luismi, Paco, Miguel Ángel y yo, también nos acompañan los más pequeños, Ramón y Vicente (además de otros niños del pueblo: Javi, Anselmo, Alberto, etc.) cogemos el pendingue por la carretera (ha llovido y las praderas están mojadas), llegamos a curva de La Calcada y divisamos una gran mancha clara que avanza lentamente por encima de San Cipriano. Aceleramos el paso, transitamos por la recta de Éscaro y tomamos el primer camino a la derecha, hacia Camiñón, para interceptar el ganado y conducirlo hasta el lugar de la dormida.



Contactamos con el compañero, que marcha al frente de la gran manada, y nos ofrecemos como guías temporales; el pastor agradece nuestro ofrecimiento y contesta amablemente al interrogatorio habitual: cuántas traéis (1.400 cabezas), de dónde venís (de Peñarrubias, en Maraña), de dónde eres, etc. Le informamos que el predio rústico se ubica al otro lado de la carretera y podemos ir libremente por las fincas (ya han dado las derrotas); las personas avanzamos por el camino mientras el ganado se extiende por los pastos en busca de brotes retoñados, hasta que llegamos a la carretera donde se monta un dispositivo especial para cruzarla: tres chicos a cada uno de lados de la carretera (detener los vehículos y dirigir las reses hacia la empinada rampla descendente) y otros tres en el camino de El Reorco (evitar que se escapen y obligarlas a ingresar en el cercado); mi tío, que se espera en la entrada, da la bienvenida al cabecilla y ambos se apartan para facilitar el hospedaje de las merinas en el nuevo asentamiento. En la conversación le oigo exclamar al forastero: ¡pero, Quico, cuántos ayudantes tienes!; mi tío le responde: “ya ves, casi todo el pueblo, menos mal que no les tengo que dar de comer a todos”. 

Finalizada la operación de encierro, observamos que otro rebaño se aproxima por Piedras Blancas y salimos a su encuentro por si fuera el acordado para alojarse en el prao que lleva mi padre. Efectivamente, el rabadán le había confirmado al pastor que el propietario es un tal Antonio y la finca se halla al lado del pueblo, después del parador, a la derecha de la carreta y justo al lado de un puentín de tablas (“no hay pérdida”). No obstante, para reducir el riesgo, nos ofrecemos a ejercer de guías y acompañarle hasta su destino, circulando por encima de La Calcada, camino de Los Cotorros, trasera de la casilla del caminero, vadeo del arroyo San José, veredas bajeras del parador y descender por el desvío turístico hasta La Revisquera (ojo al pasar la carretera).



El compañero nos cuenta que han salido, esta mañana, de La Uña, donde han pasado el verano a la brigada de la Peña Ten, en el puerto de La Fonfría; después se interesa por la situación del prado y le informamos que está complementen cerrado; ello implica menos trabajo (no hay que extender redil de cuerdas) y les ofrece mayor tranquilidad a la hora de proteger los animales. Además, unos días antes habíamos tapado los huecos con salgueras cortadas de la cerradura y trenzadas formado una tupida barrera. Por otra parte, al estar en las proximidades del núcleo habitado, no hay peligro de que se acerquen los lobos y el equipo pastoril tendrá que caminar un trecho menor después de una opípara cena en casa del anfitrión local (el vino y los licores también suelen afectar).

En interesante conversación, hemos llegado al inicio del desvío al parador donde nos disponemos a realizar el operativo final: un asistente a cada sentido de la carretera para dirigir las reses hacia la presa (podrán saciar su sed) y encaminarse hacia el puente de La Revisquera (sin volver a la carretera); otros dos ayudantes se situarán en el puente (uno encima y otro al fondo, para que no se escapen “presa abajo” y vayan a la derecha) y otros dos colaboradores en el camino de El Regachín cuya misión es obligarlas a introducirse en su albergue campero.

Es un espectáculo singular verlas entrar, enfiladas, arrimarse al fondo, acostadas sobre la hierba, escuchar los sonidos nocturnos (cencerros, esquilas, balidos de corderines, et.), salir por la mañana, observar a los pastores como manejan la vara con gancho, etc.
Y ahora el equipo degustará una cena especial en casa del anfitrión, excepto uno de los pastores que siempre permanece en vela, protegiendo su valioso producto y bien escoltado por su escuadrilla de robustos y adiestrados mastines de majada.

Jesús (el mediano de Toño y Enedina).