V. LA DORMIDA EN EL PRAO CERRAO.
Durante la comida, mi padre ha comentado que esta noche viene un
rebaño a dormir al “prao cerrao” o “prao de los panaderos”; esta novedad la
compartimos con otros niños del pueblo y resulta que otro pernoctará en el prao
de El Reorco de mi tío Francisco. Decidimos acudir a recibirlos pero hay que ir
con tiempo pues en octubre los días son más cortos; Luismi, Paco, Miguel Ángel
y yo, también nos acompañan los más pequeños, Ramón y Vicente (además de otros
niños del pueblo: Javi, Anselmo, Alberto, etc.) cogemos el pendingue por la
carretera (ha llovido y las praderas están mojadas), llegamos a curva de La
Calcada y divisamos una gran mancha clara que avanza lentamente por encima de
San Cipriano. Aceleramos el paso, transitamos por la recta de Éscaro y tomamos el
primer camino a la derecha, hacia Camiñón, para interceptar el ganado y
conducirlo hasta el lugar de la dormida.
Contactamos con el compañero, que marcha al frente de la gran
manada, y nos ofrecemos como guías temporales; el pastor agradece nuestro ofrecimiento
y contesta amablemente al interrogatorio habitual: cuántas traéis (1.400
cabezas), de dónde venís (de Peñarrubias, en Maraña), de dónde eres, etc. Le
informamos que el predio rústico se ubica al otro lado de la carretera y
podemos ir libremente por las fincas (ya han dado las derrotas); las personas
avanzamos por el camino mientras el ganado se extiende por los pastos en busca
de brotes retoñados, hasta que llegamos a la carretera donde se monta un
dispositivo especial para cruzarla: tres chicos a cada uno de lados de la
carretera (detener los vehículos y dirigir las reses hacia la empinada rampla
descendente) y otros tres en el camino de El Reorco (evitar que se escapen y
obligarlas a ingresar en el cercado); mi tío, que se espera en la entrada, da
la bienvenida al cabecilla y ambos se apartan para facilitar el hospedaje de
las merinas en el nuevo asentamiento. En la conversación le oigo exclamar al
forastero: ¡pero, Quico, cuántos ayudantes tienes!; mi tío le responde: “ya
ves, casi todo el pueblo, menos mal que no les tengo que dar de comer a
todos”.
Finalizada la operación de encierro, observamos que otro rebaño
se aproxima por Piedras Blancas y salimos a su encuentro por si fuera el
acordado para alojarse en el prao que lleva mi padre. Efectivamente, el rabadán
le había confirmado al pastor que el propietario es un tal Antonio y la finca
se halla al lado del pueblo, después del parador, a la derecha de la carreta y
justo al lado de un puentín de tablas (“no hay pérdida”). No obstante, para reducir
el riesgo, nos ofrecemos a ejercer de guías y acompañarle hasta su destino,
circulando por encima de La Calcada, camino de Los Cotorros, trasera de la
casilla del caminero, vadeo del arroyo San José, veredas bajeras del parador y
descender por el desvío turístico hasta La Revisquera (ojo al pasar la
carretera).
El compañero nos cuenta que han salido, esta mañana, de La Uña, donde
han pasado el verano a la brigada de la Peña Ten, en el puerto de La Fonfría;
después se interesa por la situación del prado y le informamos que está complementen
cerrado; ello implica menos trabajo (no hay que extender redil de cuerdas) y les
ofrece mayor tranquilidad a la hora de proteger los animales. Además, unos días
antes habíamos tapado los huecos con salgueras cortadas de la cerradura y
trenzadas formado una tupida barrera. Por otra parte, al estar en las
proximidades del núcleo habitado, no hay peligro de que se acerquen los lobos y
el equipo pastoril tendrá que caminar un trecho menor después de una opípara
cena en casa del anfitrión local (el vino y los licores también suelen afectar).
En interesante conversación, hemos llegado al inicio del desvío
al parador donde nos disponemos a realizar el operativo final: un asistente a
cada sentido de la carretera para dirigir las reses hacia la presa (podrán
saciar su sed) y encaminarse hacia el puente de La Revisquera (sin volver a la
carretera); otros dos ayudantes se situarán en el puente (uno encima y otro al
fondo, para que no se escapen “presa abajo” y vayan a la derecha) y otros dos
colaboradores en el camino de El Regachín cuya misión es obligarlas a introducirse
en su albergue campero.
Es un espectáculo singular verlas entrar, enfiladas, arrimarse
al fondo, acostadas sobre la hierba, escuchar los sonidos nocturnos (cencerros,
esquilas, balidos de corderines, et.), salir por la mañana, observar a los
pastores como manejan la vara con gancho, etc.
Y ahora el equipo degustará una cena especial en casa del
anfitrión, excepto uno de los pastores que siempre permanece en vela,
protegiendo su valioso producto y bien escoltado por su escuadrilla de robustos
y adiestrados mastines de majada.