LA LETRA CON VARA ENTRA.
La escuela está situada en la parte central
del pueblo, en el cruce de la Avenida Principal (discurre desde el puente de
entrada hasta la iglesia) con el Paseo del Regachín, el cual comienza en parte
trasera del edificio y finaliza a la salida del núcleo urbano, a altura de los
toriles. Si tenemos en cuenta la proximidad de la Ronda del Barrio de Abajo
(por delante de casa de Asela) podemos decir que la institución académica estaba
perfectamente comunicada con todas la zonas de la villa por medio del
transporte público, que era gestionado por le empresa COSFE (“coche de San
Fernando”)... ahora que lo pienso, quizás fue la predecesora de la EMPRESA
FERNANDEZ, que tantas personas trasladó por los pueblos de La Montaña en sus
metálicos “coches de línea” grises.
Al entrar en la clase, observamos un amplio
encerado negro (omnipresente en toda escuela de postguerra) sobre la pared del
frente (la que da a El Cuarno) y un mapa físico de España colgado del paramento
situado a la derecha. En la proximidad de la esquina, se ubica la estufa de
leña, imprescindible en los gélidos días invernales y muy necesaria en algunos
fríos momentos primaverales y otoñales; a nadie se le ocurrió quemar la vara
utilizada para los varapalos (o si pasó por la mente de alguno no se atrevió
con tal fechoría).
En la parte derecha del espacio didáctico
se alinean los pupitres biplaza (en ellos se sientan los escolares mayores) y
en la izquierda se disponen varias mesas de baja altura con cuatro sillinas
cada una, donde se acomodan de los educandos más pequeños. En una de esas
mesinas compartimos las primeras vivencias estudiantiles Manolín (hijo de
Pepón), Metines (el de Gundo), Ana Belén (de Eusebio) y yo… más de un mosquilón
recibimos los varones por bromear con la rapacina.
Y frente a los escolares se coloca Doña
Carmen, tras su gran mesa de madera, que ha pasado a la posteridad por
cedérnosla momentáneamente para las famosas, uniformes y repetidas fotos de
cada alumno, posando con ciertos objetos que nunca utilizaba en su faena
docente ni nosotros en los ejercicios de aprendizaje.
La actividad didáctica se
desarrolla a distintos niveles, pudiendo simultanearse la consulta de la
enciclopedia Álvarez, el canto de la tabla de multiplicar, la ejecución de
dibujos u operaciones con el pizarrín, la lectura de un libro sin
ilustraciones, la transcripción de un dictado, etc. Y a pesar de tanta
ocupación, la maestra siempre saca tiempo cuando considera conveniente aplicar
un correctivo mediante la temida vara de avellano. La jodía dirige el palo
hacia la base del dedo gordo, donde más duele, al impactar sobre el hueso. Si giras rápido la mano (para que golpee en
mullido), el castigo se repite hasta que consigue su objetivo. La habitual
reacción posterior consiste en cerrar la mano, agarrártela con la otra y
meterlas entre las piernas mientras arrugas el brusco y te acuerdas de algún
ascendiente de Doña Carmen.
No debemos olvidar que convivimos alumnos
de diferentes edades en el mismo ámbito y algunos eran bastante rebeldes, no
constituyendo un ejemplo positivo para los menores; recuerdo especialmente a
Ana Carmen, la sobrina de Pedro y Amparito, los de la sierra,… raro era el día
en que su mano no recibía unas dosis de varina.
Bueno, a pesar de los
métodos empleados por la profesora, creo que nadie guarda rencor a la educadora
de varias generaciones de personas de nuestro pueblo, el cual le rindió un sincero
y merecido homenaje en agradecimiento por los conocimientos y valores que esa
mujer nos transmitió, amén de conseguir que muchos hijos de ganaderos
cumpliéramos el sueño de nuestros padres.
Jesús (el mediano de Toño
y Enedina).