sábado, 2 de febrero de 2019

LA LETRA CON VARA ENTRA.



LA LETRA CON VARA ENTRA.
La escuela está situada en la parte central del pueblo, en el cruce de la Avenida Principal (discurre desde el puente de entrada hasta la iglesia) con el Paseo del Regachín, el cual comienza en parte trasera del edificio y finaliza a la salida del núcleo urbano, a altura de los toriles. Si tenemos en cuenta la proximidad de la Ronda del Barrio de Abajo (por delante de casa de Asela) podemos decir que la institución académica estaba perfectamente comunicada con todas la zonas de la villa por medio del transporte público, que era gestionado por le empresa COSFE (“coche de San Fernando”)... ahora que lo pienso, quizás fue la predecesora de la EMPRESA FERNANDEZ, que tantas personas trasladó por los pueblos de La Montaña en sus metálicos “coches de línea” grises.



El edificio consta de dos plantas, en cada una de ellas el espacio es diáfano y con grandes ventanales en todas las paredes (excepto la adosada a la casa de Andrés). El único acceso se halla a la derecha de la fachada principal, permite pasar a un vestíbulo donde encontramos una puerta, a la izquierda, para entrar al aula de la planta baja (no utilizada actualmente) y una escalera que comunica con la planta superior, la única que usamos en el año 1968… igual era para evitar fugas estudiantiles saltando por la ventana (luego se llamó “hacer novillos”, “hacer pira”, “hacer pellas”, etc.).
Al entrar en la clase, observamos un amplio encerado negro (omnipresente en toda escuela de postguerra) sobre la pared del frente (la que da a El Cuarno) y un mapa físico de España colgado del paramento situado a la derecha. En la proximidad de la esquina, se ubica la estufa de leña, imprescindible en los gélidos días invernales y muy necesaria en algunos fríos momentos primaverales y otoñales; a nadie se le ocurrió quemar la vara utilizada para los varapalos (o si pasó por la mente de alguno no se atrevió con tal fechoría).
En la parte derecha del espacio didáctico se alinean los pupitres biplaza (en ellos se sientan los escolares mayores) y en la izquierda se disponen varias mesas de baja altura con cuatro sillinas cada una, donde se acomodan de los educandos más pequeños. En una de esas mesinas compartimos las primeras vivencias estudiantiles Manolín (hijo de Pepón), Metines (el de Gundo), Ana Belén (de Eusebio) y yo… más de un mosquilón recibimos los varones por bromear con la rapacina. 
Y frente a los escolares se coloca Doña Carmen, tras su gran mesa de madera, que ha pasado a la posteridad por cedérnosla momentáneamente para las famosas, uniformes y repetidas fotos de cada alumno, posando con ciertos objetos que nunca utilizaba en su faena docente ni nosotros en los ejercicios de aprendizaje.  



Cada alumno debe portar la pizarra y el pizarrín. El primer elemento es un trozo de ese material con forma rectangular y enmarcado en madera, donde escribimos y dibujamos con el segundo utensilio, el cual se extrae de los cascajos de El Camperón y se elabora artesanalmente por el padre o un familiar curiosín (recuerdo a mi padre afilarlo con su navaja); se ata con un hilo de bramante (facilita la maniobrabilidad y evita su extravío) y se une al borde mediante un clavo o punta fina. El borrado se realiza con la parte inferior de la palma de la mano y la manga, ayudándose, en algunas ocasiones, con la aplicación de un poco de saliva.    
La actividad didáctica se desarrolla a distintos niveles, pudiendo simultanearse la consulta de la enciclopedia Álvarez, el canto de la tabla de multiplicar, la ejecución de dibujos u operaciones con el pizarrín, la lectura de un libro sin ilustraciones, la transcripción de un dictado, etc. Y a pesar de tanta ocupación, la maestra siempre saca tiempo cuando considera conveniente aplicar un correctivo mediante la temida vara de avellano. La jodía dirige el palo hacia la base del dedo gordo, donde más duele, al impactar sobre el hueso.  Si giras rápido la mano (para que golpee en mullido), el castigo se repite hasta que consigue su objetivo. La habitual reacción posterior consiste en cerrar la mano, agarrártela con la otra y meterlas entre las piernas mientras arrugas el brusco y te acuerdas de algún ascendiente de Doña Carmen.
No debemos olvidar que convivimos alumnos de diferentes edades en el mismo ámbito y algunos eran bastante rebeldes, no constituyendo un ejemplo positivo para los menores; recuerdo especialmente a Ana Carmen, la sobrina de Pedro y Amparito, los de la sierra,… raro era el día en que su mano no recibía unas dosis de varina.
Bueno, a pesar de los métodos empleados por la profesora, creo que nadie guarda rencor a la educadora de varias generaciones de personas de nuestro pueblo, el cual le rindió un sincero y merecido homenaje en agradecimiento por los conocimientos y valores que esa mujer nos transmitió, amén de conseguir que muchos hijos de ganaderos cumpliéramos el sueño de nuestros padres.

Jesús (el mediano de Toño y Enedina).