sábado, 26 de agosto de 2017

LA PUERTA EN FECHAS. CRONOLOGÍA 1900-1987 (39) 1938


LA PUERTA EN FECHAS
CRONOLOGÍA 1900-1987



1938




20-01-1938 Nacen a las 2 y media de la mañana los gemelos Eutimio y Mauro González Álvarez, hijos de Fermín González y Domitila Álvarez. Hermanos de Teótimo y Gregorio.

23-01-1938 Bautizo de los gemelos Eutimio y Mauro González Álvarez. Los padrinos de Eutimio fueron Domingo Álvarez y Mari Luz González, actuando como testigos Simón y Daniel Álvarez. Como padrinos de Mauro actuaron Simón Álvarez y Quintina Gutiérrez, siendo los testigos Daniel Álvarez y Gabino Alonso.


12-02-1938 Fallece a los 6 años de edad víctima de fiebre tífica Inés Valladares Rojo, era hija de Nemesio Valladares y  Mª rosario Rojo. Hermana de Emilia, Julio, Fidel, Araceli y Zósimo.

20-02-1938 Nace a las 6 de la mañana Francisca Pedrosa Sierra, hija de Francisco Pedrosa y María Sierra. Hermana de Paulina, Juan Antonio, Vicente, Juliana y Pedro.

25-02-1938 Bautizo de Francisca Pedrosa Sierra, fueron sus padrinos Melchor y Paulina Sierra, testigos Fernando Mancebo y Agapito Alonso.


24-09-1938 Fallece a los 68 años de edad, víctima de debilidad cerebral o reuma visceral Severiano González Gómez, natural de Santa Marina, residente en La Puerta en donde ejercía de Maestro, estaba casado con Modesta González Gutiérrez, no tenían hijos.

27-10-1938 Fallece a los 56 años de edad víctima de una tuberculosis pulmonar Tomasa Álvarez Canal. Estaba viuda de Paulino Díez Suero, natural de Éscaro. En el momento de su fallecimiento tenía tres hijas: Flora, Marcelina y Petronila.

13-12-1938 Fallece a los 69 años de edad víctima de un colapso cardiaco Aniceto Álvarez Mancebo. Estaba soltero y era hijo de Agustín Álvarez y Juliana Mancebo. Hermano de Anselma, Luciano, Ezequiel, Leoncio y Teodoro, el marido de la tía Justa.




MIGUEL A. VALLADARES ÁLVAREZ

LA ÚLTIMA EXCURSIÓN A BORÍN.


LA ÚLTIMA EXCURSIÓN A BORÍN.

Muchos vecinos de La Puerta, que rehacen sus vidas en otras partes de España y del mundo, aprovechan los días libres para “ir al pueblo”, siendo agosto el mes más concurrido y, por ello, se percibe un ambiente especial; mi familia, también, retorna para disfrutar de nuestro pueblín durante las vacaciones veraniegas. Al final de mes, se acaban los días de asueto, hay que volver a la rutina, unos a trabajar y otros a estudiar, pero antes me prestaría “ir a las peñas”.



Amanece, la densa niebla apenas me permite ver la calle desde mi ventana; visto ropa ligera: pantalón vaquero (gastado), camiseta de manga corta (de propaganda), jersey fino (bastante viejo), gorra de Fanta y calzo las imprescindibles chirucas (modelo único durante muchos años. Ésta era la vestimenta habitual para “ir de excursión”.

Tomo el camino de las eras, traspaso el gallinero de Genoveva, dejo a mi derecha el prao de la Puente Chica (de mi tío Francisco), cruzo el puente de La Escalera, me dirijo hacia Barroso y echo un trago de agua en el río, antes de ascender hasta el puerto de Borín por la canal situada a la izquierda del cueto. Mi equipaje es muy ligero, se reduce a una sencilla navaja y una resistente vara de avellano; sin zurrón, cantimplora, bota de vino, etc.

El itinerario discurre por caminos ancestrales de tierra y piedras, moldeados por el paso de los carros; también por angostas veredas, remarcadas anualmente por las pisadas de vacas, y por la sedosa alfombra de las verdes camperas cubiertas de hierba, plantas diversas y oleagas. Las vías no estaban asfaltadas y carecían de señalización alguna, mas ello no era obstáculo en nuestros desplazamientos pues todos conocíamos nuestro territorio (desde pequeños nos lo enseñaban los mayores) y nos orientábamos por las referencias naturales: picos, colladas, ríos, valles, cuetos, el sol, etc.

Llegando al alto de la canal de Barroso, me siento en el verdoso suelo para descansar y deleitarme con el inmenso e indescriptible mar de nubes que extiende por el valle, orquestado por la música de los cencerros ocultos por la concentrada niebla; además disfruto del reluciente sol que va calentando las capas superiores de éste piélago efímero. La melancolía invade mis sentimientos al percibir que este paraíso será sustituido por una masa pantanosa, visible constantemente e irreductible a nuestros nobles deseos.

Prosigo mi andadura por las llanuras que conducen a la majada y al bebedero, observando la colosal pared de Borín y el inquebrantable Yordas, en actitud protectora cual guardianes custodios de este sagrado edén, ayudados por los gráciles rebecos y las majestuosas águilas. Me sirve de consuelo que estos paisajes de altura permanecerán intactos ante la ambición insaciable de compañías y empresarios desalmados.

Me dirijo hacia la fuente, dejo a un lado el chozo abandonado, vacas y jatos campean libremente por praderas y laderas; al igual que en el resto del recorrido, es difícil cruzarse o encontrar persona alguna por estos lares y las probabilidades se han reducido notablemente por la ausencia del rebaño merinero, suplantado por el ganado extensivo vacuno. Recuerdo agradables conversaciones con ilustrados y experimentados pastores procedentes de Prioro y pueblos aledaños.


Llegado al abrevadero de los animales, y fuente para persona, sacio mi sed y remojo mi cara, también las manos. Me tumbo en la campera anexa, sobre mí el infinito cielo azul, el tintineo de los cencerros y alguna esquila se propaga por el airín, una inmensa paz inunda todo. ¿Cuándo volveré a disfrutar de esta sensación?

Para el regreso, me apetece visitar las cuevas; pongo rumbo hacia Campaneo, siempre fresca y aprovecho para descansar, sentado en la roca, pero durante escasos minutos ya que me atemoriza ese oscuro fondo del que nadie conoce su contenido o destino (ello siempre ha sido objeto de bromas diversas y originales imaginaciones). Posteriormente, cruzo hacia la Telaya donde observo el incesante revoloteo de las golondrinas hacia sus hogares. Imagino que en un futuro próximo, el detestado lago artificial constituirá un importante obstáculo para acceder fácilmente a estos aislados destinos cavernarios.

Para finalizar este periplo, desciendo hasta el paso del río por el puente La Escalera; en su mitad me detengo (como en multitud de ocasiones anteriores) para contemplar nuestro río: a un lado la calma del Pozo El Canto (y el asoleo de las truchas) y de otro la corriente interrumpida por el vado de los carros. En breve, seremos privados de éste sencillo placer por la acción destructora del agua.

De repente me surge el impulso de bañarme (en coritos), sintiendo el frescor del agua pura; me encamino a la zona de baños y diviso en la tabla bajera al padre de Belén (sobrina de Sole e Ito), concentrado en su actividad pesquera. Decido efectuar el paso andando (a braguillón); desde la mitad del cauce le saludo con el típico grito: “ehhhhhhh”; momentáneamente suspende la acción de “darle al carrete” y me responde elevando el brazo.
Con enorme tristeza, enfilo por la vereda de la Vega Arriba hacia casa, recorro el camino de El Sotiquín, cruzo el calce, atravieso por la era de Marina y salgo al cruce de la escuela.
Espero el día en que podamos volver a franquear el río y sus puentes, recorrer caminos y veredas, ir a las peñas y al monte, subir por canales y cascajales, ascender a cuevas y cuetos,… por las vías de siempre.


Jesús (el mediano de Toño y Enedina).