martes, 22 de enero de 2019

¡¡¡SOMOS DE LA PUERTA!!!

Con Mª Carmen Ruidíaz, hija de Antonio y Amparo

Santiago Pérez, toda una referencia de La Puerta

                                                                  Con Jesús, el mediano de Toño y Enedina.

jueves, 10 de enero de 2019

lunes, 7 de enero de 2019

LAS NIÑAS TAMBIÉN JUEGAN



LAS NIÑAS TAMBIÉN JUEGAN

Hace un día espléndido, salgo de casa, cojo el aro y su gancho, me acerco a la esquina del huerto de Asela (para el visual saludo habitual al Yordas y Los Doblos), observo a varias niñas en el patio de la escuela. Sobre el escalón de acceso, Cristina y Elena (hijas de Mauro) juegan a cocinitas con la primogénita de Emilio (María José) y la “única entre machitos” de Olegario (Lola); el agua del calce aporta las sustancias liquidas, mientras que el polvo del suelo, la tierra y las piedrinas sustituyen a los elementos sólidos y los yerbajos se convierten en especias y verduras de todo tipo.

En el centro del patio observo a Lourdes y Loli que sujetan la goma a la altura de los pies, mientras van saltando Irene y Nieves, primero individualmente y luego ambas juntas; la goma va ascendiendo por el cuerpo (tobillos, rodillas, cadera) según se completan canciones y pruebas superadas. En las inmediaciones, mi prima Silvia y Mari Mar aguardan el fallo de alguna practicando con la comba; una es artesana (de cordel) y otra de tienda, rematada con manillas de color rosa en sus extremos.



Al cabo de unos minutos aparecen unos rapaces que empiezan a hacerles rabias: Pepín agarra la goma, la aleja y la suelta contra el muslo de su hermana; Fernando intenta efectuar los saltos y se lía la goma en el tobillo (cae al suelo), mientras Manolín (el de Gundo) intenta parar a Nieves que lanza golpes a ambos, hasta que Irene viene con un palo, que ha cogido del huerto de Andrés, y empieza a medirles las costillas.

Por otra parte, Tomasín y César se dirigen a probar las comiditas pero salen escaldaos, pues las cuatro cocineras forman una barrera infranqueable. Los veraneantes, José Luis (el de Emilia) e Iñaki (el de Araceli), acompañados de Ricardín, contemplan, desde la orilla del calce, la derrota de las huestes masculinas y disfrutan (a carcajadas) de la victoria del grupo femenino en ambos frentes.

Tras la huida de los machos humillados, pongo a rodar el aro por la tierra y me dirijo hacia el centro urbano, mas sólo llego hasta la altura de la casa de Metrio; en una orilla de la calle, a la sombra del portalón del tío Patricio, se hallan cuatro niñas jugando a la rayuela; permanezco unos minutos observando sus rotaciones: Lidia no atinó con su teja (al lanzarla a la cuadrícula), Merche perdió su turno al desequilibrarse (se desplazaba a la pata coja, demasiado deprisa), Sara golpeó varias veces la piedra plana con su pie (a la tercera, sobrepasó la cuadrícula que le tocaba) y Camino pisó la raya, al efectuar el recorrido final con los ojos cerrados.

De repente, varios chavales interrumpen el desarrollo del juego: Albertín agarra el guijarro y lo lanza al cielo, Pedrito (el de Gundo) le imita con una teja y Vicente (el de Dito) y Juanjo (el de Fabio) intentan borrar las rayas marcadas en el suelo arrastrando los pies; pero se encuentran la feroz oposición de las rapacinas, manifestada en empujones, insultos (burro, tocho, etc.) y manotazos al aire, también algunos impactos en cabezas y cuerpos. Rafael (el de Olegario) que permaneció neutral (en México no serán habituales estas riñas infantiles) pudo comprobar la retirada de los cuatro intrusos mientras escuchaba el comentario de mi prima: “mírales, van como el cemento de don Rufo”; el manito pregunta con su acento peculiar: “¿y cómo iba ese cemento?”, y la misma respondió: “iba que jodía”. Les dejo riéndose a carcajadas.

Alejados los “rufonines”, las chiquillas perfilan los cuadrados y prosiguen su actividad lúdica; yo me encamino hacia la casa de Eusebio, pues me llegan sonidos de tonadas infantiles. Arancha y Ana Mari (la de Nides) le dan a la cuerda sin parar, mientras otras niñas van entrando y saliendo al centro del arco, a la par que ejecutan ciertas tareas relacionadas con la letra de las canciones: “Soy  la reina de los mares…”, “El cocherito leré…”, “Quisiera ser tan alta como la luna…”, “Soy el farolero de la Puerta del Sol…”, “Una tarde fresquita de mayo…”, “Al pasar la barca, me dijo el barquero…”, etc.



Entretanto, se acercan al escenario unos chavales que estaban sentados en las barras de la portalada; Ramón y Anselmo se ofrecen a “darle a la soga” pero enseguida aceleran el ritmo, hasta que las expertas saltarinas no aguantan y les reprenden por su actitud incorrecta. Una vez reanudado el juego, los rapaces se dedican a producir ondas, dificultando el salto a ras de suelo y alterando, de nuevo, a las chiquillas (Anselmo recibe un mosquilón de Ana, la melliza). Tras el restablecimiento de la paz (en las condiciones impuestas por las féminas) se vuelve a originar otro altercado ya que empiezan a estirar desde los extremos (con la pretensión de introducirles la cinta entre sus piernas) y, mientras tanto, Vicente y Santiaguín no cesan de interferir intentando meterse, parando el juego, discutiendo con las contrarias, etc. hasta que éstas se cansan, tiran la cuerda, se enfrentan a manotazos y patadas, hasta que los valientes deciden “hacer mutis por el foro”, recibiendo insultos varios (escagarruciaos, mangarrianes, melón, mostrenco, etc.) y cometarios diversos: ¡hala! a tomar po’l culo por ahí, id a sacar el abono,… y así ya estáis en la mierda, etc. Los muchachos se dirigen hacia el puente “cagando centellas” y mirando por el rabillo del ojo a sus perseguidoras enfurecidas, sin perder de vista las piedras que volaban hacia sus objetivos corporales.

Bueno, a pesar de la belicosidad de género, la sangre no llegaba al río y solía ser el origen de chanzas posteriores, en los momentos de serenidad.

Jesús (el mediano de Toño y Enedina).