martes, 30 de octubre de 2018

PA’ LA CAMA, NINES.



PA’ LA CAMA, NINES.

En las largas y frías sucesiones de tardes y noches de otoño e invierno el tiempo discurría lentamente al calor de la permanente lumbre que caldeaba las cocinas de cualquier casa de nuestros pueblos montañeses: algún rapacín tumbado en la templada trébede, varones adultos respanchinaos en el escaño, mujeres “aprovechando el tiempo” (siempre haciendo alguna tarea) y otros componentes de la familia sentados alrededor de una mesa. 

De vez en cuando, surgía algún momento propicio para efectuar diversas actividades en familia y, en ocasiones, se aprovechaba para transmitir conocimientos y cultura de los padres y abuelos (era habitual que conviviera alguno en el hogar) a sus descendientes. En el caso de los ancianos su papel ha sido fundamental para divulgar nuestras tradiciones oralmente, pero he notado que cada uno tenía sus cometidos: los varones solían contar historias y anécdotas, mientras las mujeres se centraban más en oraciones y canciones, aunque todos practicaban las adivinanzas y acertijos, con la clara finalidad de fomentar la inteligencia de sus vástagos (evidente afán de ser superados), además de trabalenguas para corregir algún defecto del habla. A veces, mi abuela me exigía demasiado:
Debajo un carro, había un perro;
vino otro perro y le mordió el rabo;
¡pobre perrito!, ¡cómo lloraba!, por su rabito.



Aún recuerdo a mi madre, con su hijo pequeño sentado sobre las rodillas y agarrado por sus manos, moviéndole hacia adelante y atrás, mientras le cantaba:
Aserrín, aserrán, 
maderitos de San Juan,
los del rey, sierran bien, 
los de la reina, también,
los del duque, maderuque, uque, uque, uque….

Cuando ya estaba medio mareado, le cogía en brazos y susurraba una preciosa nana al tiempo que le balanceaba suavemente y le miraba con esa ternura propia de las mamas:
Este niño tiene sueño,
tiene ganas de dormir,
un ojito tiene cerrado
y el otro no lo puede abrir.
Ea, Ea, Ea,…
Duérmete mi niño,
duérmete mi sol,
duérmete pedazo
de mi corazón.
Ea, Ea, Ea,…

Una vez dormido en su regazo, nos invitaba, a los dos hijos mayores, a trasladarnos al piso superior (“pa’ la cama, nines”) y allí proceder al ritual de acostarse; nos hacía recitar dos sencillas oraciones que nos infundieran seguridad y tranquilidad durante el sueño. A Miguel Ángel le tocaba ésta: 
Cuatro esquinitas tiene mi cama,
cuatro angelitos que me la guardan:
dos a la cabeza, dos a los pies
y la virgen mi compañera es.
Y a mí otra muy conocida:
Ángel de mi guarda, dulce compañía,
no me desampares ni de noche ni de día,
no me dejes solo que me perdería.



He de reconocer que a veces (incluso por el día) miraba a mi alrededor para comprobar su posible presencia en las inmediaciones.

Posteriormente, nos solicitaba recitar juntos una jaculatoria que solía ser objeto de chaza por mi nombre:
Jesusito de mi vida
eres niño como yo,
por eso te quiero tanto
y te doy mi corazón;
tómalo, tuyo es y mío no.
Y para finalizar, un escueto rezo que dio origen a un famoso chiste:
Con Dios me acuesto,
con Dios me levanto,
con la Virgen María
y el Espíritu Santo.

Algunas noches, el chiquitín se despertaba; entonces, mi madre se colocaba al lado de la cuna y, mientras la mecía, le cantaba suave y dulcemente una relajante nana religiosa:
Arrorró corderito divino,
arrorró corderito de amor.
Así le cantaba la virgen
a Jesús nuestro redentor.
Ay lala lala…
Arrorró corderito divino,
arrorró corderito de amor,
arrorró duérmete vida mía,
arrorró duérmete corazón.
Así le cantaba María
a Jesús, nuestro redentor.
Ay lala lala...

Siguiendo este protocolo, cualquier madre o abuela acababa cansada y, por tanto, había que dormirse o hacerse el dormido para que no me canturrearan en tono airado e, incluso, amenazante:
Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te llevará.
Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá.

Jesús (el mediano de Toño y Enedina).


miércoles, 3 de octubre de 2018

NUESTROS EMIGRANTES (2) TOMÁS ROJO Y PAULA RODRÍGUEZ

NUESTROS EMIGRANTES

TOMÁS ROJO Y PAULA RODRÍGUEZ


Tomás Rojo Valbuena había nacido en Riaño hacía 1839, y en 1865 se casó en La Puerta con María Álvarez Álvarez, hija de Andrés Álvarez y Beatriz Álvarez, ambos residentes en La Puerta.

María Álvarez Álvarez había nacido en La Puerta en 1841, era la mayor de varios hermanos: Atanasio nacido en 1847, que más tarde se casaria con María González, natural de Riaño, abuelos de Ludivina, Felicidad, Priscila, Francisco "El Americano", Atanasio, María, Flora y Nieves. Otro de sus hermanos fue Simón nacido en 1849, del que nada más sabemos; Isidoro nacido en 1852, no se casó y falleció en La Puerta en 1937 a los 85 años de edad. El último hermano registrado fue Miguel Álvarez Álvarez, nacido en 1859, y más tarde casado con la tía Jerónima, y padres entre otros de Eloy, casado con Genoveva; Simón, María y Domitila, casada esta con el tío Fermín.

Tomás Rojo y María Álvarez se casaron en 1865, ella acababa de tener un hijo de soltera, Fidel Álvarez, que fallecio prontamente. Ya casados enseguida tuvieron descendencia y mala suerte, ya que al nacer su hijo Fidel Rojo Álvarez, fallecía ella en el parto.

Fidel Rojo Álvarez se casaría más tarde con María Antonia Díez Domínguez, fruto de cuyo matrimonio nacerían María Rosario (1891) y Socorro (1893), origenes de las familias de Fabriciano, Emilia, Julio, Fidel y Araceli en el caso de Mª Rosario y de Felicidad, Natividad, Esther, Elpidio y Fabio en el caso de Socorro. Fidel murió a los 27 años, antes de que naciera su segunda hija.

Hoja del Censo de 1895

Tras fallecer su primera esposa Tomás se volvió a casar en La Puerta, en este caso con Paula Rodríguez Pedrosa, nacida en La Puerta en 1847, e hija de José Rodríguez Valbuena y de Petra Pedrosa Álvarez. El matrimonio tiene registrados en La Puerta hasta 10 vástagos: Fructuoso 1873; Paula 1877; Margarita 1878; Cipriano 4879; Facundo 1880; Simón 1881; Estefanía 1882; Pedro 1883; Macario 1884 y una segunda Estefanía en 1886. Algunos de estos fallecieron prontamente, al menos tenemos conocimiento del fallecimiento de las dos Estefanías. Si tenemos en cuenta el censo de Argentina de 1895 también faltan algunos más que no residen con el matrimonio por entonces, en algunos casos, como Margarita, que ya figura casada en dicho año y residente en la misma localidad que sus padres.

Lugar donde se instalaron Tomás y Paula

Desconozco la fecha exacta en la que esta familia cruzó el charco, pero teniendo en cuenta que su hija Estefanía es bautizada en La Puerta en febrero de1886 y que su hija Cesaria nacía en Argentina en 1887 parece indicar que marcharon durante el mismo año 1886.

Tomás y Paula ya figuran en el Censo Nacional de Argentina de 1895, por entonces residían en la Pampa Central, no figuran con oficio, sino como hacendados, por lo cual intuyó que fueron agraciados con el reparto de tierras que llevó a cabo el gobierno argentino. Con ellos viven, a tenor de dicho Censo, sus hijos Fructuoso, al que 1903 se le reclama en España para hacer el servicio militar, Simón, Cesaria y Francisco.

Estos dos últimos ya nacieron en Argentina: Cesaria en 1887, y Francisco en 1890, por lo que en el momento del Censo tenían respectivamente 8 y 4 años. Sin noticias de los demás hijos, pudiera ser que alguno falleciera, o que ya no vivieran con sus padres, a excepción de lo ya sabido de Margarita; Paula ya contaba o contaría con 18 años; Cipriano 16; Facundo 15; Pedro12 y Macario con 11 años.



Poco más sabemos de esta familia, aparte de este Censo, en la que ninguno de sus integrantes volvio a la tierra de donde eran originales. Por los archivos argentinos a los que he podido acceder, tan solo tenemos alguna noticia de dos de sus hijos: Francisco, el pequeño de la saga, y de Simón.

Cédula de la boda de Simón Rojo Rodríguez

Simón Rojo Rodríguez se casó en 1910 con Josefa Maina, de origen italiano en la parroquia de la Inmaculada Concepción de Ciudad de General Acha, Capital del Departamento de Utracán en la Pampa Argentina, por la cédula de su matrimonio sabemos que residía en el pueblo de Quehué, al norte de la Capital. Así mismo, consta en el libro de bautizos de la iglesia de General Acha el nacimiento de tres de sus hijas, Francisca y Clara Rojo Maina, bautizadas ambas el 26 de febrero de 1910 y Cesaria en 1914.

Registro matrimonio de Francisco Rojo Rodríguez

Francisco, el hijo menor, se casaba el 26 de abril de 1912 con Lucia Bi Biase, de descendencia también italiana, fue testigo de su boda su hermano Fructuoso. El matrimonio que residía en la localidad de Ataliva Roca, cerca de su hermano Simón, tiene al menos bautizados en en la parroquia de Santa Rosa al menos 4 hijos: Adela en 1914; Antonia en 1915; Francisco en 1916 y Fructuoso en 1917.

Quehué y Atavliba Roca, localidades donde residieron los hermanos Rojo Rodríguez.

MIGUEL A. VALLADARES ÁLVAREZ

















lunes, 1 de octubre de 2018

LA DORMIDA EN EL PRAO CERRAO.



V. LA DORMIDA EN EL PRAO CERRAO.

Durante la comida, mi padre ha comentado que esta noche viene un rebaño a dormir al “prao cerrao” o “prao de los panaderos”; esta novedad la compartimos con otros niños del pueblo y resulta que otro pernoctará en el prao de El Reorco de mi tío Francisco. Decidimos acudir a recibirlos pero hay que ir con tiempo pues en octubre los días son más cortos; Luismi, Paco, Miguel Ángel y yo, también nos acompañan los más pequeños, Ramón y Vicente (además de otros niños del pueblo: Javi, Anselmo, Alberto, etc.) cogemos el pendingue por la carretera (ha llovido y las praderas están mojadas), llegamos a curva de La Calcada y divisamos una gran mancha clara que avanza lentamente por encima de San Cipriano. Aceleramos el paso, transitamos por la recta de Éscaro y tomamos el primer camino a la derecha, hacia Camiñón, para interceptar el ganado y conducirlo hasta el lugar de la dormida.



Contactamos con el compañero, que marcha al frente de la gran manada, y nos ofrecemos como guías temporales; el pastor agradece nuestro ofrecimiento y contesta amablemente al interrogatorio habitual: cuántas traéis (1.400 cabezas), de dónde venís (de Peñarrubias, en Maraña), de dónde eres, etc. Le informamos que el predio rústico se ubica al otro lado de la carretera y podemos ir libremente por las fincas (ya han dado las derrotas); las personas avanzamos por el camino mientras el ganado se extiende por los pastos en busca de brotes retoñados, hasta que llegamos a la carretera donde se monta un dispositivo especial para cruzarla: tres chicos a cada uno de lados de la carretera (detener los vehículos y dirigir las reses hacia la empinada rampla descendente) y otros tres en el camino de El Reorco (evitar que se escapen y obligarlas a ingresar en el cercado); mi tío, que se espera en la entrada, da la bienvenida al cabecilla y ambos se apartan para facilitar el hospedaje de las merinas en el nuevo asentamiento. En la conversación le oigo exclamar al forastero: ¡pero, Quico, cuántos ayudantes tienes!; mi tío le responde: “ya ves, casi todo el pueblo, menos mal que no les tengo que dar de comer a todos”. 

Finalizada la operación de encierro, observamos que otro rebaño se aproxima por Piedras Blancas y salimos a su encuentro por si fuera el acordado para alojarse en el prao que lleva mi padre. Efectivamente, el rabadán le había confirmado al pastor que el propietario es un tal Antonio y la finca se halla al lado del pueblo, después del parador, a la derecha de la carreta y justo al lado de un puentín de tablas (“no hay pérdida”). No obstante, para reducir el riesgo, nos ofrecemos a ejercer de guías y acompañarle hasta su destino, circulando por encima de La Calcada, camino de Los Cotorros, trasera de la casilla del caminero, vadeo del arroyo San José, veredas bajeras del parador y descender por el desvío turístico hasta La Revisquera (ojo al pasar la carretera).



El compañero nos cuenta que han salido, esta mañana, de La Uña, donde han pasado el verano a la brigada de la Peña Ten, en el puerto de La Fonfría; después se interesa por la situación del prado y le informamos que está complementen cerrado; ello implica menos trabajo (no hay que extender redil de cuerdas) y les ofrece mayor tranquilidad a la hora de proteger los animales. Además, unos días antes habíamos tapado los huecos con salgueras cortadas de la cerradura y trenzadas formado una tupida barrera. Por otra parte, al estar en las proximidades del núcleo habitado, no hay peligro de que se acerquen los lobos y el equipo pastoril tendrá que caminar un trecho menor después de una opípara cena en casa del anfitrión local (el vino y los licores también suelen afectar).

En interesante conversación, hemos llegado al inicio del desvío al parador donde nos disponemos a realizar el operativo final: un asistente a cada sentido de la carretera para dirigir las reses hacia la presa (podrán saciar su sed) y encaminarse hacia el puente de La Revisquera (sin volver a la carretera); otros dos ayudantes se situarán en el puente (uno encima y otro al fondo, para que no se escapen “presa abajo” y vayan a la derecha) y otros dos colaboradores en el camino de El Regachín cuya misión es obligarlas a introducirse en su albergue campero.

Es un espectáculo singular verlas entrar, enfiladas, arrimarse al fondo, acostadas sobre la hierba, escuchar los sonidos nocturnos (cencerros, esquilas, balidos de corderines, et.), salir por la mañana, observar a los pastores como manejan la vara con gancho, etc.
Y ahora el equipo degustará una cena especial en casa del anfitrión, excepto uno de los pastores que siempre permanece en vela, protegiendo su valioso producto y bien escoltado por su escuadrilla de robustos y adiestrados mastines de majada.

Jesús (el mediano de Toño y Enedina).