sábado, 27 de enero de 2018

INFLUENCIAS Y COSTUMBRES RELIGIOSAS.

INFLUENCIAS Y COSTUMBRES RELIGIOSAS.


Una imagen imborrable del duro invierno representa a los cristianos practicantes acudiendo a la misa dominical, los hombres encorvados en sus gruesas pellizas con forro de piel y la boina calada en su cabeza encajada entre los hombros; las mujeres vistiendo abrigos y cubiertas con bufandas, las abuelas envueltas totalmente en sus toquillas (excepto los ojos), los niños con nuestro chaquetón y gorro o pasamontañas. Todos avanzan por la calle cubierta de nieve, llegan al principio del pórtico, se sacuden la nieve de las prendas de vestir, golpean las madreñas calzadas contra el suelo varias veces (algunos también las chocan entre sí), dan unos pasos y las descalzan al tiempo que las depositaban antes de entrar en el gélido edificio. Con las zapatillas caseras los pies se mantienen calientes durante el oficio religioso.

A muy temprana edad, los adultos ya nos llevaban a misa y al rosario, es decir, nos obligaban a acudir, no había otra opción hasta que te convertías en un joven trasnochador. He de reconocer que muchas veces iba voluntariamente a misa (algunos días dos veces) con la finalidad de ejercer de monaguillo y así obtener una paguina extra en forma de céntimos o reales que acababan en casa de Jandra o de Flora.



La distribución de los fieles en el interior del templo era rigurosa: las mujeres en la parte delantera y los hombres encima o debajo del coro. Había tres tipos de feligreses: los devotos (participaban activamente), los oyentes (estaban como ausentes, pensando en sus cosas: “tenía que estar arando”, “esta tarde igual llueve”, “mañana me tocan las vacas”, “no sé qué hacer para comer”, etc.) y los durmientes, los cuales se sentaban (y ni se levantaban ni arrodillaban) en los últimos bancos, debajo del coro, para no interferir en las oraciones del resto.

A los niños nos prestaba subir al coro (donde los hombres) y nos colocábamos en primera fila, al lado de la balaustrada, apoyados en el barandal superior; todo se veía de manera distinta, pero al cabo de un rato ya te aburrías y acababas entreteniéndote con los barrotes de la barandilla: giros hacia ambos lados (casi todos estaban gastados y flojos), meter la cabeza entre dos consecutivos, agarrarlos como si estuvieras preso, etc.; otras veces lanzábamos hacia abajo alguna piedrina (que alguien había trasladado en el calzado) o trocines de madera, también nos subíamos a un armatoste que había depositado en una esquina, tocábamos el cordel interior de la campana, etc.

Desde muy antiguo, la religión ha condicionado la vida de las personas, en mayor medida en la sociedad rural, materializándose el cumplimiento de las obligaciones en torno al lugar de culto; La Puerta no era una excepción en este mundo heredado ya que (casi) todos los habitantes cumplían con los santos sacramentos y acudían a los actos religiosos que se celebraban: bautizos, misas, comuniones, rosarios, confirmaciones, novenas, bodas, funerales, etc.

En mi caso, todos estos acontecimientos no se pudieron oficiar en nuestra venerada capilla: el bautismo se celebró a finales del año y debieron calentar el agua para evitar su congelación inmediata pues no recuerdo la sensación del contraste al contacto con mi cabeza. Mi primera comunión fue un evento multitudinario al coincidir con la primera misa de Goyo (hubo mayo y banquete en la sierra para todo el mundo). Para confirmarme tuve que desplazarme hasta Cuñenabres, aprovechando que el obispo estaba de visita por la montaña. Mi matrimonio se celebró algo más lejos, en otra arcaica iglesia zamorana, también reubicada a la vera del Esla, el río que nos une. Del funeral os adelanto que, probablemente, será de cuerpo presente (desconozco el lugar) aunque yo “estaré ausente” (si no pienso no existo).



Además, es digno de reconocimiento el valor de los registros efectuados en documentos específicos, como los datos de nacimientos, llevados desde muy antiguo en las parroquias y, en muchos casos, más fiables que los censos administrativos. A quien lo solicite se le entrega su “fe de bautismo” y en las bodas deben firmar dos testigos por cada parte (recordad la indisolubilidad del matrimonio).

En el desempeño de esas tareas administrativas intervenía nuestro admirado párroco, Don Antonio, el cual destacó en el cumplimiento de sus obligaciones pastorales y humanitarias, siempre preocupado y dispuesto a ayudar a sus parroquianos, incluyendo los escépticos e impíos. Recuerdo muy gratamente el catecismo que nos impartía en su casa (al calor de la lumbre cuando el inclemente frío invadía la iglesia) y su madre, la señora Lucrecia, nos invitaba a una pasta, rosquillas, caramelos, etc. mientras visualizábamos una sesión de filminas sobre materias religiosas… ya disfrutábamos de los avances en tecnología audiovisual.

Creo que las situaciones descritas, las populares celebraciones sacramentales y el catecismo casero no volverán a producirse en la iglesia reconstruida, que solamente reconozco cuando aparecen Los Doblos al fondo y sin esa agua que todo lo diluye, como la contemplábamos desde la casa de Marina.


Jesús (el mediano de Toño y Enedina).