sábado, 17 de diciembre de 2016

JUEGOS DE LA PUERTA: CHORRO, MORRO, PICO, TALLO, ¿QUÉ?



CHORRO, MORRO, PICO, TALLO, ¿QUÉ?

Cualquier día de verano, tras el desayuno preceptivo, los rapaces salimos a la calle y cernolineamos en busca de aventuras; al final, solemos acabar delante de la casa de mi tía Carmen, donde correteamos niños (también ninas) de diferentes edades. Hoy hemos decidido jugar a “chorro, morro,…” y nos enfrentaremos “los del pueblo” contra “los de fuera”.

Para “hacer de juez” necesitamos un chaval maduro y “de fiar” ya que si se confabula con un oponente nunca acertaremos y, por tanto, permaneceremos “de burro” hasta que se descubra el engaño; además, debe hacer funciones de árbitro: verificar que los saltadores no tocan el suelo (apoyando un pie o mano) ni se desplazan (aunque sea disimuladamente) con la intención de proporcionar más espacio al resto de participantes. A la altura del pozo de su abuelo, aparece mi primo Toti, al cual convencemos para que ejerza la función descrita.

Comenzamos el juego, sorteamos quién se la queda (nos ha tocado) y su señoría se coloca de espaldas contra la pared, con las piernas abiertas ligeramente para que Alfredín se agache, encaje su cabeza y se agarre a cada uno de los muslos mientras apoya sus hombros contra ellos. Detrás, en la misma posición, nos situamos por este orden: Santiaguín, Ramón, Metrines, Manolín (de Pepón), Javi, el que suscribe y Miguel Ángel. Los más jijas (resisten menos) se les coloca delante y a los más fornidos al final ya que primero saltan los escuchumizaos (pesan menos) y los últimos en hacerlo son los más gruesos (su peso les impide elevarse y progresar varios puestos).


Empiezan a lanzarse los jugadores veraneantes: Josines (primo de Anselmín) se apoya en mi espalda y avanza hasta Ramón, al que se abraza para evitar la caída; Alejandro (de Emilia) realiza otro buen salto y aterriza sobre Metrines (se le flexionan las rodillas, pero aguanta), Javier (de Sofía) impacta sobre su tocayo (que exclama: ¡Ay!, ¡Ay!, ¡Ay!); Pedrito (de Sabina) asienta sus posaderas encima de Manolín, apretando las piernas hacia adentro para sujetarse mejor; Andresito (sobrino de Pedro y Amparito) cae “a plomo” sobre mi espalda (en mi reacción me acuerdo de su progenitora); José Mari (de Nides) se acomoda entre mi hermano y yo, inclinándose hacia adelante y adhiriéndose como una lapa a su predecesor); Carlos (de Araceli) embiste a su predecesor (la fila se tambalea) y, mientras, emite una sonora carcajada (Miguel Ángel suelta varios tacos al mismo tiempo) y, por último, se sube al carro, Julito (también de Nides); éste solamente se impulsa un poco: al ser muy alto y esgalichao, sus pies casi rozan el suelo (no le quito el ojo desde mi ángulo de visión invertido).

Con todos los saltadores encima del burro, el primero ofrece el pulgar de su mano a la madre para que lo agarre y pregunta en alto: “¿chorro, morro, pico, tallo o qué?” (cada vocablo se corresponde con un dedo). Santiaguín, rápidamente (hay que descargar cuanto antes), contesta: “chorro”; su acierto nos libera de pesos y nos permitirá practicar los saltos (bastante más agradable y divertido).

Los foráneos se van agachando y enlazando en el orden que han saltado; nosotros mantenemos también la sucesión anterior: Santiaguín coge bastante impulso (precisa salvar la elevada altura de Julito) pero sólo llega a los omóplatos de José Mari; Ramón apoya mal una mano, se desequilibra pero consigue trabar sus piernas por el lateral de José Mari; Metrines se planta en el lomo de Carlos (y tiene que agarrar a Ramón que está demasiado escorado); Javi se coloca entre Carlos (empieza a restolear) y Julito; Manolin se adhiere lo máximo a su predecesor (sabe que andaremos muy justos); yo consigo sujetarme en la ladera descendente del pronunciado espinazo de Julito y mi hermano se encalama sobre mi espalda (aferrado a mis hombros, como un esguilo a la rama del pino).

Ahora urge acabar este lance cuanto antes ya que estamos en una situación de total inestabilidad, con riesgo inminente de caída; para nuestra sorpresa, y en beneficio propio, Carlos se arrana y acabamos esparramaos por la superficie sin asfaltar (no hay heridos, solo algún rasponazo que no se alivie con un soplido y un poco de saliva). Sus compañeros se emburran, alguno le ofrece una estallina.






Después de varios juegos muy disputados y emocionantes, estoy cansado y mi lomo algo mancao; le propongo a mis compañeros cambiar de juego (“a la una salta la mula”) y así podrán intervenir otros niños (Pepín, Yonchu, Albertín, Cesar, Manolín -de Gundo-, etc.) y niñas (Olga, Sara, Mari Luz, Ana Mari, Marleni, las dos Angelines -la de Sole y la de Villafrea- etc.) que se han incorporado como espectadores (muchas veces jugamos todos juntos). En cuanto me ofrezco para quedármela todos aceptan; me agacho, colocando mis codos sobre los muslos, y empiezan a saltar:

Iñaki, el primero, dice: “a la una, salta la mula” y realiza un salto apoyando las manos sobre mi espalda y abriendo las piernas para no tocarme.

Su primo, José Luis, va detrás y declara: “a las dos, da una coz”; al efectuar el pase toca con el pie en mi trasero (sin pasarse).

Ahora le toca a Vicente, el de Dito: “a las tres, con la mano y con el pie”, añadiendo un suave azote a la obligación anterior.

Para el siguiente, Juanjo, el de Fabio,… ¿qué viene ahora?... ya no me acuerdo del resto de frases ni sus acciones correspondientes; ¿alguien me puede refrescar la memoria?.





Jesús el mediano de Toño y Enedina.