viernes, 30 de septiembre de 2016

FAMILIAS DE LA PUERTA: EULOGIO EL MADREÑERO


FAMILIAS DE LA PUERTA

Independientemente del seguimiento de las familias que habitaron La Puerta desde 1752 hay otras familias que también pasaron por La Puerta provenientes de otros lugares, unas veces cercanos y otras más lejanos. Y este es el caso de la familia a la que vamos a dedicar un espacio en nuestro blog, porque aunque sólo uno de la familia nació en La Puerta, todos los integrantes de ella se encuentran enlazados con este pueblo y bien podemos decir que su querencia hacia La Puerta y sus gentes la llevan grabada hasta la médula.

  Decía que de esta familia uno de sus integrantes figura en los registros de nacimientos en La Puerta, se trata de Florencio Hevia Rodríguez, nacido un 19 de julio de 1942, y bautizado el 27 del mismo mes, actuando como padrinos Melchor Cimadevilla, de Lario y su hermana Dolores Hevia, Por cierto, como era costumbre, ayudaban al sacerdote en esa ceremonia una persona mayor, Vicente Suero y un menor Antonio González  Álvarez, futuro marido de Enedina Álvarez.

    Esta familia encabezada por el matrimonio  de Eulogio Hevia y Asunción Rodríguez  llegó a La Puerta procedente de Riaño, allí nacieron tres de sus hijos Veremundo (1932) y Soledad (1933) y Laudelina Dolores (1934), falleciendo está última poco antes de cumplir los 2 años.

                             Foto Marisol Gil Hevia: Eulogio Hevia y Asunción Rodriguez.



Por razones de trabajo,  Eulogio era madreñero, la familia abandonó La Puerta y se trasladó en varias ocasiones a otra localidades, Lugo, en donde nació otra de sus hijas Dolores, Mieres, Crémenes, para volver a La Puerta en donde residieron hasta 1957.

    Veremundo Hevia.


En las dos etapas que residieron en La Puerta vivieron primeramente en la casa de Julia, frente a la cuadra del tío Isidoro, casa famosa ya que su balconada fue escenario de la pelicula Cuerda de Presos, y que los más pequeños, y permítaseme la licencia de incluirme entre estos, recordamos viviendo más tarde primero a Ramón el Cestero y más tarde al caminero de Ribota. En su segunda y más amplia estancia en La Puerta fueron vecinos de Fermín y Domitila. 

Eulogio trabajó en la madreñera de Julio, ahí enseño a trabajar con las máquinas entre otros a Román Domínguez hasta que en 1957 se trasladó a vivir a Puente Castro.

          Foto Marisol Gil Hevia: Soledad Hevia, la primera a la derecha, acompañada por la mocedad              de La Puerta. De Izq. a Dcha: Carmen, Ámerica, la niña Josefina, hija de Laude; la terdera nos            es desconocida, Manuela Alonso; Marina, Maruja, Jandra, Angelina, Leonides y Esther.


Hace unos días recibimos la visita, después de 48 años de Soledad Hevia acompañada de su hija Marisol y de uno de sus nietos, Soledad había visitado La Puerta en 1968, viaje en el que volvió a recordar parte de su infancia y disfrutar de la compañia de los que fueron sus vecinos.


          Fotos Marisol Gil Hevia: Soledad y sus hijos en la visita a La Puerta en 1968, En el corral del tío Fermín y la familia acompañados por Fortunato Domínguez.

Soledad desde su segunda estancia en La puerta se trasladó a Madrid, en donde se casó y formó una familia, y desde aquel 1968 no había regresado a nuestra montaña.

                    Foto Marisol Gil Hevia: Soledad en 1957.


 Me satisfizo enormente el encuentro, el conocer y acompañar a esta familia en su visita a La Puerta, ser participe de su ilusión, del reencuentro con sus vecinos a los que nunca olvido. Todo un placer.





    
    Foto Miguel Valladares: Soledad acompañada por su hija Marisol y Gregorio González, su vecino de toda la vida.


Miguel A. Valladares Álvarez









miércoles, 14 de septiembre de 2016

NUESTROS VECINOS DEL BARRIO ABAJO


NUESTROS VECINOS DEL BARRIO ABAJO.

Por la estrecha calleja situada entre la casa de Genoveva y la de Fidel, llego al corral que ambos comparten y al porche donde se halla él, sentado en una sillina, afilando una puntilla (desconocía este instrumento cortante); ante mis peticiones de información sobre su actividad de matarife me comenta, muy serio y sereno, que debe ser certero y rápido para evitar sufrimientos innecesarios al animal. Mientras atendía expectante sus explicaciones, pasa Genoveva diciendo que va a ver a su hermano Alberto (a esta mujer la he visto pasar incontables veces delante de mi casa y por la calleja, en ambos sentidos, hacia su destino y siempre caminando lentamente).



Me despido del “matachín” (así le apoda mi padre cariñosamente) y me reincorporo a la calle del barrio Abajo, enfrente de “la choricera”, donde me cruzo con Julia, que va tocada con el velo y ello me hace suponer que acude a misa o, simplemente, a la iglesia. Tomo la dirección del cementerio y en la primera travesía, a la derecha, diviso al tío Fermín, unciendo las vacas; el carro (sin los picos) apoyado en el peón para engancharlo al yugo (se prepara para ir por un viaje de escobas); al acercarme, observo a la tía Domitila sentada en la entrada, desplumando un pollo.

Tras la charla con mis tíos, me voy a buscar a Manolín, hijo de “Pepón”, y les encuentro a todos en la cocina: la anciana señora Petra está amurmiando sobre la trébede, Anuncia cura unos clavos de la mano de su hijo y Pepe recose una garrafa; al verme nos exhorta (refiriéndose a su hijo y a mí): “vais a tener que ir aprendiendo a tirar la red”; ambos mostramos total disposición.

Como mi amigo se halla en proceso de cura (a todos nos salían las puñeteras verrugas) prosigo mi aventura. Al reincorporarme a la vía, pasa una carroceta, cargada de troncos, que se dirige a la sierra; observo sus maniobras de aproximación hasta que aparece Pedro (el jefe) para indicarle donde debe descargarlos. Entre tanto, se ha acercado su esposa, Amparo, con su sobrina y le dice que la lleva al médico a Riaño. Pedro no se inmuta pues Ana Carmen (vive con ellos) es muy movida y siempre anda parniquebrada.

Avanzo unos metros hacia el camposanto y adelanto a una señora que lleva setas en una cestina; es una de “las madalenas” (son dos y no diferencio sus nombres), la otra está sentada delante de casa esbillando unas vainas. A lo lejos veo a Nato que intenta poner los picos al carro y allí me dirijo por si precisara mi ayuda (a los niños nos gusta colaborar con los mayores); me encomienda sujetar la escalerilla mientras él encaja los picos traseros (aunque creo que no es necesario, lo hago); efectivamente, aparece Carmen (lleva un conejo en canal) y le recrimina: “no tomes el pelo al rapaz”.

Ya que estoy al final del barrio, decido ir a revisar la última morada; echando una carrera llego y me encaramo al muro (metiendo la puntera de los pies entre las piedras): todo está muy tranquilo, no se mueve nadie, hay mucho hierbajo y las cruces sobresalen. Para retornar prefiero ir paseando hasta el inicio de la calle; cuando llego a casa de Federico le veo entrar en casa con un trambo y unos gromos (su hogar presenta un aspecto negruzco, igual ahúma chorizos todo el año).

Al llegar a la casa de Leandro, sus hijas están jugando en el jardín, y, en la portalada, el propietario comunica a Santiago (su hijo, que es tratante): “yo voy a buscar el burro con la motocicleta Mobylette y tú lleva los jatos al matadero”. El referido obedece y me invita a acompañarle en su camioncillo de transporte de ganados; por supuesto, accedo ya que es un buen hombre (el día su Santo invita a todos los vecinos al vermú, “an ca Jandra”).


Antes de tomar la curva, cerca del puente de la entrada, veo venir a mi padre con un bidón de leche cargado en la carretilla y, por la hora, deduzco que se dirige al parador (en la recogida le atienden mujeres del pueblo o de otro cercano y siempre me dan algo: pasta, bollo, caramelos, etc.). Subiendo la rampa izquierda del puente, nos cruzamos con Sole (trae una lecherina, viene a casa de mi tía Paz a recoger su litro diario) y un poco más adelante, enfrente del Salido de los Jatos, coincidimos con Ito (el caminero de la casilla): está colocando, al borde de la carretera,  una señal redonda con un borde rojo y una vaca negra en su interior (no entiendo para qué la pone si ya todos sabemos que allí se juntan las vacas para formar la vecera).


Jesús (el mediano de Toño y Enedina).