YA TENEMOS LA NIEVE EN LA
PUERTA.
El día de la feria de noviembre fui con mi padre, arreando una
vaca que llevaba para venderla; se notaba el frío mañanero al percibir
claramente el aliento que exhalaban las personas y las vacas; en pocos días, el
blanco que coloreaba las cumbres de montañas y sierra ha ido tiñendo los
bosques y valles hasta descender a la puerta de nuestras casas.
Algunas noches de principios de diciembre ha helado lo
suficiente para producir una resistente capa sobre los charcos, que abundan por
doquier y desgastamos a base de deslizarnos sobre ellos; además de este patinaje
practicamos uno de superior calidad en la inmensa pista que se forma en la
presa, al lado del puente y enfrente del
lavadero, donde el cauce se ensancha. Aquí coincidimos numeroso amantes de los
resbalones (desconocemos eso de las piruetas), nos caemos y nos levantamos, reímos
y lloramos, nos golpeamos las piernas (cuidado con las culadas y morradas),
alguno hace agujeros para que otros metan la pata, etc.; todos acabamos mojados
y con algún moratón (ningún esguince ni rotura).
Y también se crean otros suelos para el deslizamiento donde se
acumula agua por cualquier circunstancia, como enfrente de la casa de Leandro,
en la esquina donde confluyen la calle del barrio Abajo y la que proviene de la
casa de Genoveva. Y refiero ésta, porque hace unos días, patinado con la botas
de regar de mi padre (las típicas
verdes), me di un morrazo tremendo (cada vez que recuerdo la escena me duele);
por supuesto, no le he dicho nada a mis padres. Eso pasa por utilizar el
calzado inadecuado: botas muy grandes, nos llegan a las ingles, no se puede
doblar la rodilla, no tienen cuchillas debajo, etc.
También han empezado a caer los primeros copos de nieve, está
todo blanco y nada más salir al recreo vamos a mear detrás de la escuela para
hacer figuras en la nieve, moviendo diestramente la pirulina. Debido a la
capacidad de nuestras vejigas y el frío glacial, esta actividad no se
prolongaba demasiado e, inmediatamente, nos vamos a las tierras de El Cuarno
para “hacer el santo” repetidas veces. Al volver a la clase nos reunimos
alrededor de la estufa, extendiendo las manos por encima de ella.
Pero la actividad que nos presta es el descenso en esquíes o
trineo (ambos artesanales) y casi siempre “en recto”, siendo las zonas más
habituales el Hoyo de la Cuesta o Prao Cavao. La primera es peligrosa, por la
pendiente,pero atractiva por la velocidad que se coge, aunque, en ocasiones, tras
lanzarnos por un ribón, aterrizamos encima de una escoba o, como me paso a mí, de
un espino con el siguiente resultado: la ropa hecha jirones y sietes, las manos
y la cara con numerosas perforaciones y arañazos, duele todo el cuerpo, el
trineo en paradero desconocido, etc. Ese día acabé encima de la trébede
(castigado sin salir), en calzoncillos, con numerosas marcas de mercromina y se
distinguían varias formas de una suela en mis nalgas.
Por supuesto, las guerras de bolas son frecuentes en cualquier
escenario (calles, huertos, portaladas, corrales, etc.), respetando las chicas
(excepto las que son expertas en el lanzamiento atinado) y edades (algunos mayores
hacen las bolas muy duras y hay que parapetarse o esquivarlas). Nos divertimos
mucho: unas veces provocando la batalla y otras respondiendo a las agresiones;
pero nunca duraban mucho las hostilidades ya que los guantes escaseaban y al
finalizar había que echar aliento a las manos o (si no calentaban) entrar
directamente a la lumbre. Una vez entonados procedía volver a patrullar las
calles en busca de nuevos enemigos o lanzar las bolas a los carámbanos que
colgaban de los aleros (esto lo hacíamos para ver quien acertaba con el más
grande, aunque también nos preocupaba algo nuestra seguridad).
Una tarde, con anterioridad al día de
Navidad, fuimos tres niños (Ramón, Alfredo y yo, pero no estoy seguro), con mi
tío Agustín, al pinar para cortar y traer tres árboles de Navidad, una para
cada casa (Carmen, Enedina y el susodicho). En el camino de ida nos contó
detallados relatos con el oso como protagonista (costumbres, comportamientos
agresivos, precauciones, etc.), incluyendo historias reales de enfrentamientos
con humanos de los pueblos cercanos y en las que habían resultado heridos o
casi muertos. En el trayecto de regreso, bajábamos arrastrando cada uno su
árbol y mi tío dice que va a mear detrás de unas escobas, pero que sigamos
descendiendo poco a poco (había bastante nieve y estaba oscurecido). Al poco
rato, los tres primos, oímos chasquear ramas (inmediatamente pensamos que sería
un oso) y, sin mediar palabra, dejamos los árboles y echamos a correr cuesta
abajo. Al poco rato, mi tío se descubrió (nos llamaba a gritos) y se
desternillaba (alguno dijo: “que tío más tocho”). Por supuesto, ya tuvimos
cantinela hasta llegar a casa y fuimos objeto de chanzas en numerosas ocasiones
más.
La víspera de Nochebuena pasé por casa de mis tíos para ver el
árbol decorado y por el camino me encontré con varias personas, las cuales me
decían “Feliz Navidad”. Por la noche, antes de dormir, mi madre nos solía
contar cuentos o aventuras (reales e inventados) y le pregunté por qué
expresaban alegremente esos deseos de felicidad; su respuesta se basó en la
festividad de los días venideros y la importancia de vivirlos en familia.
Aquella noche tuve un sueño que se puede resumir así:¡FELIZ NAVIDAD A TODO EL
MUNDO!
Jesús (el mediano de
Toño y Enedina).