PA’ LA CAMA, NINES.
En las largas y frías
sucesiones de tardes y noches de otoño e invierno el tiempo discurría
lentamente al calor de la permanente lumbre que caldeaba las cocinas de
cualquier casa de nuestros pueblos montañeses: algún rapacín tumbado en la
templada trébede, varones adultos respanchinaos en el escaño, mujeres
“aprovechando el tiempo” (siempre haciendo alguna tarea) y otros componentes de
la familia sentados alrededor de una mesa.
De vez en cuando, surgía
algún momento propicio para efectuar diversas actividades en familia y, en
ocasiones, se aprovechaba para transmitir conocimientos y cultura de los padres
y abuelos (era habitual que conviviera alguno en el hogar) a sus descendientes.
En el caso de los ancianos su papel ha sido fundamental para divulgar nuestras
tradiciones oralmente, pero he notado que cada uno tenía sus cometidos: los
varones solían contar historias y anécdotas, mientras las mujeres se centraban
más en oraciones y canciones, aunque todos practicaban las adivinanzas y
acertijos, con la clara finalidad de fomentar la inteligencia de sus vástagos
(evidente afán de ser superados), además de trabalenguas para corregir algún
defecto del habla. A veces, mi abuela me exigía demasiado:
Debajo un carro, había un perro;
vino otro perro y le mordió el rabo;
¡pobre perrito!, ¡cómo lloraba!, por su
rabito.
Aún recuerdo a mi madre, con su hijo pequeño sentado sobre las
rodillas y agarrado por sus manos, moviéndole hacia adelante y atrás, mientras
le cantaba:
Aserrín,
aserrán,
maderitos de
San Juan,
los del rey,
sierran bien,
los de la
reina, también,
los del duque,
maderuque, uque, uque, uque….
Cuando ya estaba medio
mareado, le cogía en brazos y susurraba una preciosa nana al tiempo que le
balanceaba suavemente y le miraba con esa ternura propia de las mamas:
Este niño
tiene sueño,
tiene ganas de
dormir,
un ojito tiene cerrado
y el otro no lo puede abrir.
un ojito tiene cerrado
y el otro no lo puede abrir.
Ea, Ea, Ea,…
Duérmete mi
niño,
duérmete mi sol,
duérmete pedazo
de mi corazón.
duérmete mi sol,
duérmete pedazo
de mi corazón.
Ea, Ea, Ea,…
Una vez dormido en su regazo,
nos invitaba, a los dos hijos mayores, a trasladarnos al piso superior (“pa’ la
cama, nines”) y allí proceder al ritual de acostarse; nos hacía recitar dos
sencillas oraciones que nos infundieran seguridad y tranquilidad durante el
sueño. A Miguel Ángel le tocaba ésta:
Cuatro
esquinitas tiene mi cama,
cuatro angelitos que me la guardan:
cuatro angelitos que me la guardan:
dos a la
cabeza, dos a los pies
y la virgen mi
compañera es.
Y a mí otra muy conocida:
Ángel de mi
guarda, dulce compañía,
no me
desampares ni de noche ni de día,
no me dejes
solo que me perdería.
He de
reconocer que a veces (incluso por el día) miraba a mi alrededor para comprobar
su posible presencia en las inmediaciones.
Posteriormente, nos solicitaba recitar juntos una jaculatoria
que solía ser objeto de chaza por mi nombre:
Jesusito de mi
vida
eres niño como
yo,
por eso te quiero tanto
y te doy mi corazón;
por eso te quiero tanto
y te doy mi corazón;
tómalo, tuyo
es y mío no.
Y para finalizar, un escueto rezo que dio origen a un famoso
chiste:
Con Dios me
acuesto,
con Dios me
levanto,
con la Virgen María
con la Virgen María
y el Espíritu
Santo.
Algunas noches, el chiquitín se despertaba; entonces, mi madre
se colocaba al lado de la cuna y, mientras la mecía, le cantaba suave y
dulcemente una relajante nana religiosa:
Arrorró
corderito divino,
arrorró
corderito de amor.
Así le cantaba
la virgen
a Jesús nuestro
redentor.
Ay lala lala…
Arrorró
corderito divino,
arrorró
corderito de amor,
arrorró
duérmete vida mía,
arrorró
duérmete corazón.
Así le cantaba
María
a Jesús,
nuestro redentor.
Ay lala
lala...
Siguiendo
este protocolo, cualquier madre o abuela acababa cansada y, por tanto, había que dormirse o hacerse el dormido para que no me
canturrearan en tono airado e, incluso, amenazante:
Duérmete niño,
duérmete ya, que viene el coco y te llevará.
Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá.
Duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te comerá.
Jesús (el mediano de Toño y Enedina).
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