lunes, 29 de agosto de 2016

LA CLÁSICA DE SAN PEDRÍN (LA PUERTA HACE 60 AÑOS)


LA CLÁSICA DE SAN PEDRÍN
(LA PUERTA HACE 60 AÑOS)
CRÓNICA
La Clásica de San Pedrín, en el segundo día de la fiesta de la localidad, se inició a media tarde con un recorrido que no superó los 10 kilómetros; recorrido prácticamente llano, con un nivel ascendente en la primera parte de la prueba, pero sin la suficiente entidad como para ser puntuable para premio de la montaña y una pendiente descendente en su segundo tramo de regreso a meta.

La carrera que partió desde La Puerta, discurrió por la nacional 621 en su totalidad, para llegar al Puente de Torteros, en donde se giró para regresar al punto de partida. Solo hubo un punto de avituallamiento, situado en el kilómetro 1, en la Casilla del Caminero, en cuyo portal siempre estaba disponible el botijo con el agua fresca recién traída del Parador Nacional de Turismo, y siempre disponible al grito de ¡Áurea, el botijo!

El pelotón se concentró ante el Bar de Isidoro, lugar de salida y llegada, con las bicicletas de hierro y sin engranajes, con las gomas de freno más gastadas y brillantes que un garabito, quien los tiene, los más frenaron metiendo la alpargata en la "lenticular" trasera. Los guardabarros al uso y medio sueltos y con sus dinamos preparadas por sí a alguno de los participantes se le hiciera de noche.

No ha habido una numerosa participación, y los ciclistas son todos conocidos de los aficionados entre los que se ha creado una inusitada expectación: Olegario Álvarez; Valentín Alonso, Zóximo Valladares, Eulogio Álvarez, los hermanos Rodríguez: Gundo y Nato y Guillermo Rubio, el Tigre de la Montaña, que lo fue de La Montaña antes que de Villahibiera.

Sin banderín de salida y al grito de ¡ya!, los participantes partieron y ya de salida Guillermo Rubio demarró y a la altura del Salido de los Jatos aventajaba a su perseguidores en más de 100  metros, ventaja que al llegar al Puente de San José seguía en aumento. Los perseguidores perdieron de vista al escapado en las curvas de La Calcada, no volviéndole a ver hasta llegar a la recta de Éscaro, momento en el que el pelotón, que aún no había llegado a la rampa de Camiñon, ve al escapado que ya ha superado la rampa La Ermita. El escapado hace su entrada en Éscaro, ni tan siquiera al llegar a casa del tío Patricio, desde donde se tiene una visión de toda la recta de Éscaro, se permite la licencia de mirar atrás. Al llegar al Puente de Torteros, paso intermedio, gira brutalmente levantando hasta gravilla y dejando la huella de la cubierta en la brea, para a continuación acelerar y recuperar la cadencia de pedaleo. Ya de vuelta, se cruzó con sus perseguidores que se encontraban a la altura de La Marnia.

El fugado, rodando a piñón fijo, y nunca mejor dicho, fue aumentando su ventaja a la sombra de la larga chopera de la recta de Éscaro, entrando derrapando en las curvas de La Calcada y evitando con maestría un bache a la altura del prao del tío Leandro, aún sin segar. Por atrás, el pelotón rodó sin organizarse para poner fin a la fuga, cada uno pedaleó lo que pudo y  alguno llevaba los muelles del sillín escaneados en el trasero.

Guillermo Rubio, el Tigre de la Montaña, empezó a tener problemas mecánicos a la altura del Prao del Toro, y al entrar en el Rincón del Molino la cadena empieza a darle problemas, problemas que se agudizan a la altura del Puente de la Rebisquera en donde definitivamente ésta se salió. Pero el escapado nunca se dio por vencido y tras echar la bicicleta al hombro corrió los últimos 500 metros para entrar destacado en la meta. El pelotón llegó un poco antes de la vecera.

El ganador, que no presentó muestras de fatiga, no hizo declaraciones, tan solo gritó su lema de guerra ¡písale junquillo hasta que quememos el chofer!; mientras que sus perseguidores destacaron la fuerza con la que rodó el ganador y la distancia que les sacó ¡y eso que hicimos trampa y dimos la vuelta antes de llegar a Torteros!, declaró uno de ellos.


Miguel A. Valladares Álvarez

viernes, 12 de agosto de 2016

MÁS VECINOS DE LOS BARRIOS SAN PEDRO Y ARRIBA


MÁS VECINOS DE LOS BARRIOS SAN PEDRO Y ARRIBA.


Al entrar en el corral de mi tío Agustín, veo a mi abuela sentada en el banco de la entrada, está limpiando unas truchas y tiene los gatos alrededor. Le doy un beso y me pregunta qué hago. Le comento mi ocupación mañanera y me responde emocionada: “está muy bien hijo, nunca olvides esta tierra y sus gentes, ni te alejes de tu familia”. Le doy otro beso y me voy a la portalada para ver qué hace mi tío: está lijando una caña de bambú muy larga (mayor que dos varales juntos). Me intereso por el fin de tal palo y me dice que es para pescar truchas, empleando el siguiente método: “me coloco en la orilla del río y silbo (como a los perros), entonces las truchas asoman el morro y, en ese instante, les doy un golpe seco que las mata”. Esta es otra mentirona de las habituales pero estamos muy orgullosos del tío Agustín por ser un experto cazador y pescador, a pesar de los riesgos a que se expone ante los animales de cuatro patas y los de dos piernas.



Justo cuando me disponía a abandonar el corral, aparece la Linda seguida de otras tres vacas y tras ellas mi tía Ana Mari, que le ha tocado la vecera; al verme, me dice: “ahora que tienes vacaciones ya vendrás conmigo” (no sé por qué pero muchas veces me mandan con ella y me lo paso bien). Mi tía es una precursora ya que conduce, fuma y reclama derechos feministas (algo novedoso para las mujeres, igual es porque proviene de Riaño), pero también hace el mejor “desayuno rural” del mundo, ni comparación con el “desayuno continental” que ofrecen en el parador.

Le digo adiós a todos, abro la puerta del huerto, traspaso los muros de piedra y alambradas de las tierras de El Cuarno para salir cerca de la vivienda de Asela, que se halla muy atareada cuidando su florido huerto.

Al llegar al cruce, enfrente de mi casa, escucho un sonido de motor, diviso a Urbano montado en su moto, el vehículo se aproxima despacio pero haciendo eses (como casi todos los días cuando regresa de su trabajo en el pantano); al alcanzar la curva no gira y se estampa contra el muro de la tierra de Laureano. Eusebio, que estaba entregando una carta a Fé, se acerca y ambos le ayudan a incorporarse. Aparentemente, no ha sido grave (o no lo siente) ya que la víctima se levanta y continúa con la moto de la mano. Los auxiliadores hacen comentarios sobre la perniciosa afición del accidentado, moviendo la cabeza hacia los lados; el cartero prosigue con su reparto y mi vecina retorna hacia su casa con el baleo en la mano (estaría barriendo la acera situada delante de su casa). En el patio de la escuela se cruza con su marido Andrés que venía arreando una gocha para llevarla al verraco.

Después del incidente (ya no sorprendía por novedoso a nadie), miro a lo lejos y veo caminando a mi tío Vitorino hacia la cuadra; echo a correr (en diagonal, por delante de casa de Metrio), porque quiero ver la nueva ordeñadora (la inversión compensa, sus vacas son pintas). Me hace una demostración práctica (mete las tetas en los chupones) mientras va explicando detalladamente cómo funciona. Se le ve contento por el trabajo que le quita y porque, al actuar por sí sola, él puede hacer otras faenas (se ha olvidado de otra ventaja: el ahorro en cuernas). Finalizado el ordeño, le ayudo a mi tío a trasladar la leche a su casa (la más nueva, la fachada con muchas flores), al cuarto del fondo donde aprovecho para beber agua del balde con un tanque. Después, me voy a la cocina para saludar a mi tía América que se dispone a colgar, del gancho de la lumbre, una caldera con patatas para cocerlas (comida preferida de los gochos). Como siempre, me ofrece algo para picar (una galleta, una pasta, un trozo de chorizo o chocolate) y le aclaro que, por esta vez, debo rehusar pues estoy casi entelao, después de tres almuerzos; sale de la cocina y regresa con un puñado de caramelos “pa el camino”.



Tras dejar a mi tía, en la calle, oigo golpes sobre madera; es Metrio, que está en su portalada arreglando unas madreñas y le interrogo sobre sus quehaceres, que se resumen así: añadir tarugos de goma y un trozo de ésta en la parte delantera, por debajo. A una de ellas también le añadirá un aro de alambre, a la altura del empeine, porque empieza a resquebrajarse. Nuestra conversación es interrumpida por su hermana, Pilar, para informar que se va sajar el huerto y, al poco rato, Adelaida entra en la hornera y sale con un brazuelo. Dejo a mi vecino porque veo a Avelina que lleva una vaca atada con un cordel y su hijo Toño la arrea con una ijada; me aproximo al chaval y me confirma que anda tora y la llevan al semental del pueblo. Vamos hablando hasta rebasar la hornera de Vitorino donde me desvío a la derecha para salvar las ruinas hacia la casa de Genoveva.



Jesús (el mediano de Toño y Enedina).