NUESTROS VECINOS DEL
BARRIO DE LA CARRETERA Y ENTRADA.
Hoy es un día triste, ayer (último viernes de junio de 1972) se
acabó mi atapa como alumno en la escuela de la admirada y valorada maestra, Dª
Carmen, porque mis padres quieren que vaya a estudiar con los curas (“para ser
un hombre de provecho”). Me he levantado pensativo, hace un día espléndido
(soleado, ni una nube), estoy desayunando unos frisuelos sensacionales y
aparece mi padre con la leche para entregar al camión que la recoge diariamente
en la carretera. Prepara el bidón, lo carga en la carretilla y le acompaño
hasta la primera casa del pueblo, donde Rosa se encarga de medir la cantidad y
echarle unas gotas misteriosas. Me asomo al bar y veo a su marido, Gil,
atendiendo a unos camioneros asturianos que hacen “un alto en el camino”.
Mi padre se ha juntado con otros vecinos, están charlando y
decido irme a recorrer el pueblo andando (las bicicletas son para los padres y
no se usan para pasear). No había caminado dos pasos cuando escucho el sonido de
una ventana que se abre, es la tía Áurea, para airear las habitaciones (aunque
luego nos canten la cancioncita: “a la entrada de La Puerta, lo primero que se
ve…”).
Un poco más adelante, giro a la izquierda (esquivando un gran
nogal), por la rampa que baja a la cuadra de Máximo (la entrada se ubica a un
nivel inferior que la casa, en la parte trasera), donde me asomo por el
cuarterón y le veo pasando la rasqueta a una vaca; me solicita que pase el
cepillo a los jatos mientras su mujer, Manuela, no para de ordeñar (en la
cuerna ya rebosa el boyero) y de sonreír.
Una vez rechazada la oferta de trabajo, vuelvo a la carretera;
al pasar por enfrente de la puerta del bar y tienda de Jandra (está despachando
a una de “las madalenas”) percibo el inconfundible golpe de “martillo contra
punta” proveniente de la bolera: Marino trata de fijar los troncos para que las
bolas no acaben en la presa. Al verme, pega un grito: “Eh, baja a sujetarme las
puntas”; acto seguido, surge en mi imaginación una uña negra que provoca mi
reacción preventiva: “tengo que hacer un recao a mi madre”.
Ahora me dirijo, por la orilla izquierda de la carretera, hacia
el puente, donde me paro y, apoyado sobre la barandilla, observo los peces
nadando contra la corriente; levanto la vista y diviso, en la orilla de la
presa, a Juliana lavando ropa, de rodillas en la caja e inclinada sobre la taja. Sigo calle abajo, a la
derecha, en su portalada, Santiago, “el mudo”, coloca la collera al burro para
engancharlo al carro; paso de largo y llego al corral de Pepe “Ruscos”, el cual
estaba a punto de montar (sin casco) en su moto Vespa (lleva una azada, le
tocará la corrida de regar) y espero que se vaya; me dice: “¿vienes a pescar
esta noche con nosotros?” (es decir, él más Agustín, Pepón y mi padre, que
formaban un cuarteto campeón olímpico en la disciplina “a garrafa”).
Me doy media vuelta y veo, delante de su casa, a mi tío
Francisco (el mejor y más espléndido padrino) con sus dos hijos mayores; están
preparando la nueva segadora a motor (marca Bertolini) con la que cortarán todo
tipo de hierbas y a quien lo demande. Enseguida, mi tío, me invita a subir
(acepto sin dudarlo, agarro el volante, lo muevo,…) y le ordena a Luismi que
arranque la máquina para darme una vuelta. Ésto son palabra mayores (nunca he
montado en estos cacharros), procede buscar una e excusa para irme: “creo que
voy a ver a la tía”. Como me encanta entrar en casa de mi tía Carmen (donde
siempre hay alguien), me meto hasta la cocina; en cuanto me ve (hace como que)
se sorprende: “¡hombre!, ¿qué hace por aquí?”. Ella sabe que me gusta el
“colcao migao” que prepara para sus hijos en una gran cazuela (en la despensa)
y, de inmediato, me trae una taza (sin preguntar si quiero, ¡cómo me conoce!);
yo me la tomo agradecido (aunque sea el segundo desayuno).
Con el estómago relleno, tomo dirección
hacia la casa del tío Benito, el cual se encuentra en la cuadra de la
izquierda, sacando el abono en una carretilla de madera, y su mujer está
delante de la casa quitando guenchos a unas patatas. De repente, oigo una polea
de un pozo, avanzo un poco y veo a Pili sacando agua, me dice: “¡hola majo!,
¿me ayudas?”; su marido, Alberto, que estaba en la portaladina, contesta
sonriendo (como siempre): “me va ayudar a mí a preparar estas llatas y
colocarlas en un prao de La Biriella”; su hermana María, que regaba los
geránios de la ventana, no pierde ripio.
Jesús (el mediano de Toño y Enedina).
Gracias Miguel, por este relato en el que se habla de mis suegros, Pilar y Alberto, y de la T.María, quep+ ya todos...
ResponderEliminarEmocionante imaginarlos en esos momentos de una bella época, en su amado Pueblo de La Puerta De repente, oigo una polea de un pozo, avanzo un poco y veo a Pili sacando agua, me dice: “¡hola majo!, ¿me ayudas?”; su marido, Alberto, que estaba en la portaladina, contesta sonriendo (como siempre): “me va ayudar a mí a preparar estas llatas y colocarlas en un prao de La Biriella”; su hermana María, que regaba los geránios de la ventana, no pierde ripio. <3