EL PAJARÍN DEL CAMPANARIO.
Desde mi privilegiada atalaya campanera, observo el entorno y
percibo sonidos habituales en el silencio matutino: hace unos minutos oigo unos
bocinazos que se producen a intervalos, los reconozco perfectamente, es Paco,
el panadero, que recorre el pueblo vendiendo sus productos caseros; su
furgoneta se detiene delante de la casa de Marina, la cual recibe una hogaza
reciente. Por el pontón se acerca Isolina a por su hogaza… “me comería un buen
trozo con chorizo”.
Mi madre sale con la carretilla llena de productos del huerto
situado delante de la cuadra de Jandra… “nabos y remolacha para los gochos”
(ojalá no me vea aquí arriba, tengo que permanecer inmóvil, me tumbo en el
suelo).
Mi tía Ana Mari arrea sus vacas y las de sus vecinos pues le ha
tocado la vecera. Anda tranquilamente, en una mano un palo y en la otra un cigarrillo…
“como los hombres, hace bien”.
Javier, el de Sofía, lanza unos palines al agua del calce que
discurre por detrás de la iglesia para que naveguen hasta la posición de Anselmo
(unos metros más bajo)… “a todos los chavalines nos presta jugar en el calce”.
Mi padre cruza, por el huerto, desde la casa de Miguel (el de
Tiquia) hasta el camino… “ya ha ordeñado las vacas” (lleva una cuerna y un
caldero de leche).
Piedad arrea una gocha y se dirige hacia la calle de la
izquierda, antes de la escuela…“habrá quedado para echarla al verrón”.
Mi tío Agustín toma la curva en su nuevo y flamante Seat 600… “a ver cuándo me da una vueltina”. Se
dirige hacia la izquierda de la escuela… “no hay duda, va a echar el macho a la
cerda”.
Paco Ania, montado en su gran camión (suele visitar a su
hermana), le cede el paso a su cuñado en el cruce de la escuela, y lanza dos
potentes toques de bocina (a modo de saludo)... “me encantaría montar en ese
cachivache”.
Los tres hijos mayores de Fabio salen del corral de su tía Nati.
Le chisto a Juanjo para que suba pero su hermana mayor, María Eugenia, empieza
a gesticular airadamente y prohibirle tal ascensión. Esther le recrimina: “no
te pongas así, déjale al rapaz, que ya es grande”… “los hermanos mayores son
unos mandones”.
Mi abuela, acompañada de su hija Sabina, camina por el pontón
hacia el interior del pueblo… “visitarán a mi madre y mi tía Carmen” (casi
todos los días, mi agüelita, se interesa por sus hijas y nietos; también
nosotros por ella).
María (madre de Marina) lava ropa en el calce, inclinada sobre
la taja, y el tío Quico la observa sin detener su andar. Ajenos a su destino,
ni se imaginan que ambos formarán una parte esencial de nuestra memoria
fotográfica.
Onésimo coincide con Federico (hermano de Piedad) delante de la
casa de Marina. Ambos avanzan
lentamente, el primero ayudado por su inseparable vara y el segundo agarrando
sus manos en su espalda… “éstos van an’ca Jandra”.
Mi tía América lleva, en su carretilla de rueda de goma, hacia
la cuadra situada detrás de la casa de Piedad, un saco de harina… “¡qué bien
cuidan a sus vacas mis tíos”.
Olga y Ana Mari (la de Nides) aparecen por delante de la casa de
Asela, paseando tranquilamente, hablan y hacen bastantes ademanes… “estas
jovencinas igual andan ya con cuentines”.
Agapito saca una vaca a beber… “estará recién parida”. Mientras
el animal sacia su sed, el amo charla con un veraneante, al cual no reconozco,
y otro (demasiado bien vestido para el pueblo) observa detenidamente al
cuadrúpedo… “será un señoritingo”.
El tío Fermín, azada al hombre y calzando botas de regar, se
acerca lentamente a las compuertas, levanta la situada a su izquierda, baja la
central y derecha, colocándoles unos morrillos encima para que no las abran los
rapaces… “a este hombre le toca hacer todo, alguno podía no ser curilla)”.
Mi tía Paz, encorvada sobre el surco, saja lentamente la tierra
de El Cuerno, mientras su hijo Toño arregla la cabecera para mejorar el riego…
“tendría que arreglar las piedras que yo le tiré al saltar la cerradura hace
dos días”.
Sara y Lidia se dirigen hacia la casa de mi abuela con unos
capacines en los que suelen llevar sus cacharitos y otros juguetes… irán a jugar
con mi prima Merche.
A mis oídos llega un sonido muy potente; de repente parece una
moto a toda velocidad hacia la iglesia y da un frenazo al llegar a la entrada.
Es mi primo Toñín (el de Heraclio) y me ordena que baje: “ves, he conseguido arrancarla.
Monta que te doy una vuelta”… “¡qué jodío! Y eso que estaba abandonada en la
hornera de mi abuela”.
Me agarro fuertemente mediante un abrazo y comienza el viaje:
recorremos la calle principal hasta el puente de la entrada, gira hacia el
cementerio y retornamos por la travesía del barrio Abajo; a la altura de la
casa de Genoveva, adelantamos a Julia y Domitila, en el cruce de la escuela a
María (la madre de Ángeles) y María (la hermana de Alberto), todas con su velo
en la cabeza… “son un poco “cagaprisas” para ir a misas”.
Cerca del lugar de culto, alcanzamos a Don Antonio, el cual avanza con paso largo y
acelerado; trae su misal y la grande llave de la puerta en la mano. Ya en la
sacristía, me riñe por montar en la moto y “porque le ha dicho un pajarín” que
he estado en el campanario varios domingos antes de iniciar la misa… “yo
comprendo que me tiene que reñir”, además siempre lo hace de buenos modales e
intentado convencer.
Jesús (el mediano de Toño y Enedina).
No hay comentarios:
Publicar un comentario