EL
PASTORÍN DE BORÍN.
A primera
hora del día, mi madre me ha encargado ir a casa de Flora “por una botella de
vino y otra de gaseosa” antes de que me “vaya de correate y ya no me vea el
pelo”. Al llegar al comercio, observo un borrico con alforjas, atado al manzano
que se halla enfrente. Dentro de la dependencia habilitada como tienda (a la
derecha del portal) veo a un chaval de unos 12 años, le atiende Conchita (la
hija pequeña, siempre con una sonrisa en la boca… vale para atender al público),
y le pregunto al rapaz quién es pues no me suena su cara; me comunica que su
nombre es Antonio, aunque todos le llaman Toñín, y es el motril de los pastores
que están en el puerto de Borín. No calza las zapatillas deportivas habituales
(azules con suela blanca) sino unas chirucas (botas de serraje y lona, modelo
único de la época) y viste un pantalón largo (no corto).
Encima del mostrador permanece una lata de aceite de Ybarra de 3 litros (ésta acabará
reutilizada como cuerna), cinco botellas de vino de litro (¿devolverá los
cascos estando tan lejos?), diez latas de agujas (pescado para mezclar en
ensalada o comer solas), una lata de pimentón (¿para qué será?), tres kilos de
azúcar, una botella de vinagre y una caja de colacao porque quiere cambiar su
desayuno diario a base de migas por colacao migao (le sobra leche de oveja).
Pago mis bebidas a la alegre vendedora y le ayudo al joven a
trasladar las mercancías hasta las alforjas del asno, que nos vigila de reojo y
a veces se aleja, como transmitiendo que interrumpamos la carga. Después le
pregunto a Toñín si tiene que hacer más recados y, tras negarlo, me solicita
que le indique el camino de regreso; le propongo que, mientras llevo mis compras
a casa, vaya andando hacia El Regachín, que luego le alcanzo; así lo hacemos y
volvemos a juntarnos a la altura de la cuadra de Gundo; el burrín no pierde el
tiempo y pace la hierba crecida a orilla del camino.
A continuación avanzamos por el camino de las eras y mientras me
va explicando que sólo trabaja los meses de verano, “cuando no tenemos escuela
y mi padre me ha dicho que haga todo lo que me mande el pastor y me fije bien
cómo hace él las cosas, para que aprenda el oficio”. Lleva dos semanas en la
majada de Borín y se queja de que los días se hacen muy largos, conversa poco
con el compañero (cada uno atiende sus obligaciones), casi siempre comen lo
mismo, no paran en todo el día y acaba tan cansado que duerme “como un rey”
sobre un camastro de escobas, aunque poco tiempo ya que se levantan al
amanecer.
A la altura del gallinero de Genoveva se trata el asunto de la
comidas y, en primer lugar, resalta que
todos los gasto corren a cuenta del amo; “ mi primera tarea consiste en hacer
lumbre para cocinar el desayuno e ir a por leña, si no la hubiere; después recojo agua de la fuente del bebedero
(aprovecho para “lavarme como un gato”) y posteriormente ordeño una cabra (a
veces, dos), cuya leche será el añadido esencial para mis preferidas migas
canas, aunque, si cuento con chocolate o miel las hago mulatas o meladas, para
variar; pero también me salen estupendas las tradicionales, con chorizo,
torreznos, la carne que atropo, etc.” Esta noche, la cena será diferente y
constará de un exquisito guiso de carne de cordera, que se despeñó ayer (“ya
estaba cansado de cenar sopas de ajo todas las noches”). A mediodía, se tira de
zurrón (un buen trozo de pan con chorizo, tocino, queso, cecina, etc.) ya que
siempre coincide que estamos en el campo, cuidando el ganado. El morral no se
separa de la espalda del pastor y del lateral tampoco suele faltar la bota de
vino.
En la Puente Chica, el burro se detiene para beber agua del
calce; el muchacho me puntualiza que los perros devoran todo lo que pillan,
habitualmente una hogaza de pan (media por la mañana y media por la noche) pero
hoy también han tenido suerte pues han desayunado una machorra que se murió en
circunstancias extrañas, “por algo que comió”, (los pastores solo consumen las
reses caídas por causa naturales o accidentalmente).
Sobre el puente de La Escalera (quizás por el influjo de las
aguas bravas), me confiesa que la noche le da algo miedo (cada vez menos) y
encima cuando coincide con un pastor de Argovejo (empina el codo) le obliga a
levantarse por la noche para ver si ha pasado algo en el corral, pero él sale
fuera del chozo, se sienta en una piedra, escucha el tintineo habitual de las
cencerinas y vuelve a entrar a los 10 minutos “dando novedades, alto y claro”,
hecho que le molesta al dormilón, el cual está cansado de repetirle
“despiértame sólo si pasa algo”. Por otra parte, Toñín realza que “este señor
hace el mejor queso que he comido” aunque a él le toca ordeñar las ovejas y
cabras para obtener la materia prima.
Entre el puente y Barroso, por el camino pegado a la peña,
reflexiona en alto sobre la figura del motril, llegando a concluir que está de
“chico para todo”, es decir, como si fuera el criadín de la majada, aunque desempeña una función
muy importante: “acompañar al pastor y, si le pasa algo, el rebaño no queda
abandonado, que el ganado vale muchas perras”. Contar con este ayudante permite
a los pastores relevarse cada dos semanas mientras él permanecerá al pie del
cañón todo el tiempo (con suerte podrá ir un par de días a la fiesta de su pueblo).
Por otra parte, (durante la subida por la canal de Barroso)
reconoce que cuando llegó al puerto no sabía hacer nada especial y ahora ha
aprendido diversas tareas muy útiles para vivir sólo y un oficio con el que
ganarse la vida. Este aprendiz espera que el próximo año le asciendan a zagal y
así vaya subiendo escalones en su profesión, desde el puesto más bajo hasta
llegar al más alto, de mayoral (“¿quién sabe?”), como se comenta de un pastor
de Acebedo.
En la cima de la canal, me manifiesta (con aire de resignación)
que podrá sobrevivir todo el verano sin ir por su casa; le invito a bajar a
nuestro pueblo cuando quiera (“siempre estamos aquí, lo pasamos muy bien”), sea
entre semana o domingo, para la fiesta de San Pedro o la de Quintanilla (en
Riaño, nunca fallamos), y que no se preocupe, que puede dormir en mi casa o, si
lo prefiere, en la portalada o en la cuadra. Muy prudente, el adolescente apunta
que precisa autorización del pastor de turno y que si coincide con uno de Caminayo,
“que es muy buena gente”, igual hay suerte.
Tengo que regresar o llegaré tarde a comer, aunque estaría
durante horas en este alto, disfrutando de este airín y contemplando un paisaje
excepcional a cualquier lado que mires. Por último, me confía que le ha gustado
este viaje a La Puerta, la semana pasada bajó a Riaño y nadie le habló como yo
(incluso, algunos le “miraban con cara de berrugo”). Nos despedimos: “que te
vaya bien pastorín”; me responde: “adiós amigo, espero verte la próxima semana”
y ahora se dirige al burriquín: “vamos nin”.
Jesús (el mediano de Toño y Enedina).