LA ÚLTIMA EXCURSIÓN A BORÍN.
Muchos vecinos de La Puerta, que rehacen
sus vidas en otras partes de España y del mundo, aprovechan los días libres
para “ir al pueblo”, siendo agosto el mes más concurrido y, por ello, se
percibe un ambiente especial; mi familia, también, retorna para disfrutar de
nuestro pueblín durante las vacaciones veraniegas. Al final de mes, se acaban
los días de asueto, hay que volver a la rutina, unos a trabajar y otros a estudiar,
pero antes me prestaría “ir a las peñas”.
Amanece, la densa niebla apenas me permite
ver la calle desde mi ventana; visto ropa ligera: pantalón vaquero (gastado),
camiseta de manga corta (de propaganda), jersey fino (bastante viejo), gorra de
Fanta y calzo las imprescindibles chirucas (modelo único durante muchos años.
Ésta era la vestimenta habitual para “ir de excursión”.
Tomo el camino de las eras, traspaso el
gallinero de Genoveva, dejo a mi derecha el prao de la Puente Chica (de mi tío
Francisco), cruzo el puente de La Escalera, me dirijo hacia Barroso y echo un
trago de agua en el río, antes de ascender hasta el puerto de Borín por la
canal situada a la izquierda del cueto. Mi equipaje es muy ligero, se reduce a
una sencilla navaja y una resistente vara de avellano; sin zurrón, cantimplora,
bota de vino, etc.
El itinerario discurre por caminos
ancestrales de tierra y piedras, moldeados por el paso de los carros; también
por angostas veredas, remarcadas anualmente por las pisadas de vacas, y por la
sedosa alfombra de las verdes camperas cubiertas de hierba, plantas diversas y
oleagas. Las vías no estaban asfaltadas y carecían de señalización alguna, mas
ello no era obstáculo en nuestros desplazamientos pues todos conocíamos nuestro
territorio (desde pequeños nos lo enseñaban los mayores) y nos orientábamos por
las referencias naturales: picos, colladas, ríos, valles, cuetos, el sol, etc.
Llegando al alto de la canal de Barroso, me
siento en el verdoso suelo para descansar y deleitarme con el inmenso e
indescriptible mar de nubes que extiende por el valle, orquestado por la música
de los cencerros ocultos por la concentrada niebla; además disfruto del
reluciente sol que va calentando las capas superiores de éste piélago efímero.
La melancolía invade mis sentimientos al percibir que este paraíso será sustituido
por una masa pantanosa, visible constantemente e irreductible a nuestros nobles
deseos.
Prosigo mi andadura por las llanuras que
conducen a la majada y al bebedero, observando la colosal pared de Borín y el
inquebrantable Yordas, en actitud protectora cual guardianes custodios de este
sagrado edén, ayudados por los gráciles rebecos y las majestuosas águilas. Me
sirve de consuelo que estos paisajes de altura permanecerán intactos ante la
ambición insaciable de compañías y empresarios desalmados.
Me dirijo hacia la fuente, dejo a un lado
el chozo abandonado, vacas y jatos campean libremente por praderas y laderas;
al igual que en el resto del recorrido, es difícil cruzarse o encontrar persona
alguna por estos lares y las probabilidades se han reducido notablemente por la
ausencia del rebaño merinero, suplantado por el ganado extensivo vacuno.
Recuerdo agradables conversaciones con ilustrados y experimentados pastores procedentes
de Prioro y pueblos aledaños.
Llegado al abrevadero de los animales, y fuente para persona,
sacio mi sed y remojo mi cara, también las manos. Me tumbo en la campera anexa,
sobre mí el infinito cielo azul, el tintineo de los cencerros y alguna esquila
se propaga por el airín, una inmensa paz inunda todo. ¿Cuándo volveré a disfrutar
de esta sensación?
Para el regreso, me apetece visitar las
cuevas; pongo rumbo hacia Campaneo, siempre fresca y aprovecho para descansar,
sentado en la roca, pero durante escasos minutos ya que me atemoriza ese oscuro
fondo del que nadie conoce su contenido o destino (ello siempre ha sido objeto
de bromas diversas y originales imaginaciones). Posteriormente, cruzo hacia la
Telaya donde observo el incesante revoloteo de las golondrinas hacia sus
hogares. Imagino que en un futuro próximo, el detestado lago artificial
constituirá un importante obstáculo para acceder fácilmente a estos aislados
destinos cavernarios.
Para finalizar este periplo, desciendo
hasta el paso del río por el puente La Escalera; en su mitad me detengo (como
en multitud de ocasiones anteriores) para contemplar nuestro río: a un lado la
calma del Pozo El Canto (y el asoleo de las truchas) y de otro la corriente
interrumpida por el vado de los carros. En breve, seremos privados de éste
sencillo placer por la acción destructora del agua.
De repente me surge el impulso de bañarme (en
coritos), sintiendo el frescor del agua pura; me encamino a la zona de baños y
diviso en la tabla bajera al padre de Belén (sobrina de Sole e Ito),
concentrado en su actividad pesquera. Decido efectuar el paso andando (a
braguillón); desde la mitad del cauce le saludo con el típico grito:
“ehhhhhhh”; momentáneamente suspende la acción de “darle al carrete” y me
responde elevando el brazo.
Con enorme tristeza, enfilo por la vereda
de la Vega Arriba hacia casa, recorro el camino de El Sotiquín, cruzo el calce,
atravieso por la era de Marina y salgo al cruce de la escuela.
Espero el día en que podamos volver a franquear
el río y sus puentes, recorrer caminos y veredas, ir a las peñas y al monte,
subir por canales y cascajales, ascender a cuevas y cuetos,… por las vías de
siempre.
Jesús (el mediano de Toño y Enedina).
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