viernes, 24 de marzo de 2017

JUEGOS DE LA PUERTA: EL ESCONDERITE.


                 JUEGOS DE LA PUERTA

EL ESCONDERITE.

En invierno, a media tarde, el frío encierra a los habitantes de La Puerta en sus cocinas, al lado de las hornillas; los niños nos resguardamos en las viviendas ya que no se puede “andar cernolineando por ahí”. Como otros muchos días, nos hemos juntado en casa de mi tía Carmen para jugar al esconderite (en otras ocasiones lo hacemos en mi casa, la de mi tía Paz, mi abuela, etc.); hoy me “ha tocado quedármela”, inclino la cabeza sobre el poste bajero de la barandilla, cuento hasta 100 (mis manos tapan los ojos) y lanzo al aire el aviso correspondiente: el que esté, que se esconda y el que no esté, que responda". Acto seguido, inicio la búsqueda: miro a mi alrededor, no veo a nadie, las puertas de las estancias han sido cerradas, tampoco se oye ruido alguno que pudiera delatar a los contrarios.




Me desplazo hasta el final del pasillo (hay un hueco antes de la puerta trasera), descubro a mi hermano mayor y regreso velozmente al mástil: “un, dos, tres, por Migue” (restolea un poco pues, si no libran, “se la quedará” el próximo juego). Ahora procede la comprobación de los diferentes cuartos y empiezo por el comedor: agarro la manilla con fuerza, abro progresivamente y detecto, entre las sillas, en la parte posterior de la mesa, a Carmina que, al verse pillada, emite un mensaje cambiando la voz: “que no soy Carmen”.

A por otro; me dirijo a la bodega (sin dejar de mirar atrás), apenas se ve el interior, intento abrir la puerta del todo pero no es posible (¿alguien lo impide?), empujo la hoja con fuerza progresiva hasta que mi hermano el pequeño exclama. “¡vale, vale, que me aplastas!”.

En la cocina no suele esconderse nadie para evitar perturbaciones a los mayores; no obstante, habrá que echar una ojeada; en cuanto accedo, mi tía Carmen me comunica que “aquí no hay nadie” (simultáneamente me guiña el ojo); está sentada en el escaño, al lado de la lumbre, le acompaña agüelita (sonríe afablemente), ambas pelando patatas y debajo, disimulada por las piernas de sus ascendientes maternas, reconozco a la nina Nieves (tumbada, inmóvil y con los labios apretados); su padre, jugando con el benjamín sobre la mesa, se torna cómplice: “aquí sólo está Carlines” y con su dedo índice me señala que vaya a la pieza anexa (¿quién se hallará en ese lugar?). Enterado del mensaje, debo ausentarme para finalizar la actuación: “pues si no hay nadie, me voy” (ahora Nievinas se relaja y sonríe). Siguiendo la indicación de mi tío, paso a la despensa, nada detrás de la puerta, solo hay un sitio posible: debajo de la mesa, ocultada por el bidón de leche, se halla acurrucada Angelines (la de Villafrea), que se lamenta: “¡jope, jopelines!” y le respondo: “tranche, no cojas una jata”.

Habiendo finalizado la revisión de la planta baja debo comenzar la exploración del piso superior; procuro ascender sigilosamente (buscando el efecto sorpresa) pero siempre hay algún peldaño que restalla y me revela la posición. Cuando llego a los escalones cimeros, escucho un sonido familiar (desplazamiento de un objeto por el suelo) proveniente de la habitación situada encima de la cocina; me adentro, reptando por el suelo, y sorprendo a las mellizas debajo de ambas caminas individuales; de inmediato, celo y regreso rápidamente, al tiempo que Rosi recrimina a su hermana: “¡pero, chacha!; ¿vas a vaciar el orinal ahora?. Ana se ríe a carcajadas.

Me preocupa que no haya atrapado a mis primos mayores y temo que me la líen. Reinicio la marcha hacia las alturas, en mi mente planeo revisar la habitación de la izquierda; observo el espacio, miro debajo de las camas y observo algo raro detrás de la puerta: sobre una silla distingo unas zapatillas y dos patas de pantalón (el resto del cuerpo se halla cubierto por un abrigo colgado del perchero). Le digo: “Ramonín, cayó colín” y salta como un resorte para intentar llegar antes que yo al madero. En mi precipitada carrera hacia abajo, me trastabillo en los últimos peldaños, dejo a la izquierda el pilar y acabo estampao contra la puerta principal; nadie reclama por no “haberle dado” pues se comprende la imposibilidad. El parte de lesiones reseña un chichón en la frente que no me impide seguir jugando (tras aplicar un poco de saliva).

Con una mano frotando la parte herida, retomo la batida; en la habitación de la derecha casi siempre es oculta alguien, pero llevo un rato sin parar de escudriñar el entorno y no localizo a nadie. Justo cuando me disponía a abandonar el registro, observo que la almohada presenta un aspecto inusualmente irregular, levanto la colcha y “despierto” a mi primo Alfredín que permanecía acochao y sin rebullir, suplantado al objeto de apoyar la cabeza. Una carrerina más hasta el poste.


Otra vez para arriba, desde el pasillo siento abrirse una puerta de armario (intuyo que el ruido proviene de la habitación de matrimonio): nadie detrás de la puerta ni bajo el lecho conyugal, pero entre el lateral del armario y la cortina se trasluce una silueta. Remuevo la tela y aparece Mari Cruz; echo a correr pero, de repente, se abre la puerta del armario (Lourdes había sido introducida por su hermana) y mi nariz impacta de plano contra la madera; yo interrumpo totalmente mis movimientos, de mis fosas nasales brota sangre, hago presión con el moquero y pasados un par de minutos se reanuda el juego.

Ya sólo me faltan los dos mayores, tienen que estar en lo más alto, el desván; allí me dirijo con mucha precaución (estos bichos son peligrosos), llego a la puerta y procedo a su lenta apertura, oigo pisadas por el entarimado y asciendo hasta el nivel del tablado; observo el entorno (cama, arcas, varales, cestos, etc.) y veo las zapatillas de Luismi entre unas mantas. En mi descenso se suceden los brincos de tres y cuatro peldaños, hasta que veo a mi primo Paco, son su mano sobre el poste, esperando para pronunciar una frase odiosa: “por mí y por todos mis compañeros”; había permanecido agazapado debajo de la escalera (no me percaté de ese escondite) y aguardaba el momento oportuno.

Por hoy, se acabaron los juegos, estoy mancao, el chinchón ha crecido, la nariz sangra bastante y hay que retornar a casa o Enedina podría aplicar una estallina. Además ya hemos dado bastante guerra a mis tíos. ¡Qué paciencia!. ¡Como si fuera poco criar a diez hijos!... y nunca se quejan, todo lo contrario, siempre muy cariñosos (son mis padrinos, ¡qué suerte tengo!).

Jesús (el mediano de Toño y Enedina).


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