FERIAS
Y FERIONA.
Todos los días 6 de cada
mes se celebra feria en Riaño, a ella acuden ganaderos y tratantes de toda la
comarca e, incluso, de otras provincias limítrofes para comprar y vender sus
animales. Solo deseo que caigan en sábado o domingo para poder asistir pues en
días laborables es obligatorio acudir a la escuela. No se te olvide poner las
chirucas porque hay moñigas por todos los lados.
Pero la feriona de
noviembre es especial (de ahí su nombre), hay un trasiego permanente de
personas y vehículos en todas las direcciones, en los bares hay un ambiente
excepcional, por rincones y plazas del pueblo se han instalado numerosos
puestos de venta (aperos, utensilios, herramientas, ropa, calzado, madreñas,
cencerros, etc.), el recinto ferial está repleto de paisanos (las mujeres se
afanan en otras compras) y ganado de muchas clases y variedades:
- bovino: vacas, jatos,
añojos, toros y varios sementales.
- ovino: ovejas, carneros,
corderos y demasiados borregos.
- caprino: cabras y
chivos, también cabrones y cabritos.
- equino: caballos,
yeguas, potros y bastantes burros.
- “cochino”: gochos y berrones,
algunas gochonas y gochines.
- canino: mastines, perruchacos
e hijos de perra de varias razas.
El día 6 de noviembre de 1971 ha amanecido
con espesa niebla baja (luego lucirá un radiante sol), mi padre me ha
despertado a las 8:30 horas para acompañarle a la feria, quiere llevar una vaca
y un jatín para venderlos y comprar una hembra mejor, si es posible por el
mismo precio o menor (la idea es buena, pero hay muchas dudas).
Mi ascendiente conduce la res,
atada con un cordel a sus cuernos; la cría sigue instintivamente a su madre (va
suelto) pero tengo que arrearla y avisar si hace algo raro. La vaca no cesa de
mirar de reojo hacia atrás para no perder de vista a su ternero. De vez en
cuando le doy con una varina de avellano pues su curiosidad infantil le obliga
a detenerse y comprobar cualquier objeto o situación; pero casi todo el
trayecto lo hago con mi mano derecha posada encima de su lomo. Por la carrera
nos adelantan pequeños camiones que se dirigen a la feria transportando todo
tipo de animales
(otros los llevan caminando por los montes y desde pueblos más lejanos); el becerrillo
se asusta ligeramente y se queda “mirando
como las vacas al tren” (igual lo llevan en los genes).
Partiendo de la casa de
Pedro Vargas (dudo si esta palabra es apodo –por vivir en la varga- o es su
apellido), cruzamos el pueblo de norte a sur (pilón, plaza, bar Nevada, casa de
Paco Ania) para llegar al recinto ferial; al pasar el puente se aprecia una
mezcla inconfundible de figuras (de personas y de animales), de sonidos (bramidos,
mugidos, berridos, relinchos, gruñidos, balidos, ladridos), de colores (resalta
el negro de la bata de los tratantes), de vehículos (camiones, furgonetas,
remolques, carros), etc.
Aunque no es tarde, otros
han madrugado más para ocupar los mejores sitios donde exponer su mercancía y
nos toca atar la vaca al final de una de las filas de barras. Al cabo de unos
segundos empiezan a parase conocidos (¿qué tal Toño?, ¿y la mujer?,…) e
interesados (¿quién vende?, ¿cuánto pides?,…); el precio provoca que algunos se
vayan rápidamente poniendo mala cara, otros hacen comentarios irónicos (“te
vacía la tenada este invierno”, “te la comprará un borracho”,…). Ante el cariz
de los hechos y mi asombro por lo que ocurre, mi padre tranquiliza: es lo
normal, van viendo lo que hay, luego volverán y con alguno haré el trato.
Bueno, ha llegado la hora de darme una
vuelta para ver la feriona: hay animales por todos los lados, unos atados (a barras,
camiones, postes, carros, etc.) otros sueltos (en pequeños corrales, en las
afueras del recito, en remolques). Me detengo especialmente contemplando los
caballos, ese poderoso y esbelto animal. Le insinúo a mi padre que compre un potrillo
pero me recuerda que nosotros somos vaqueros.
Ha llegado un tratante, observa detenidamente la
vaca y yo su actuación; primero procede a efectuar revisiones de los cuernos
para conocer la edad (por los anillos), palpamiento del vientre por si
estuviera preñada, el examen de los ojos y dentadura permite detectar
enfermedades, comprobación de las pezuñas y machines, etc. La res ha superado
el reconocimiento satisfactoriamente y ahora lanza una serie de preguntas (que influirán
en el coste): ¿está domada?, ¿ha sido madre?, ¿cuánta leche da?, ¿tiene alguna
teta perdida?, ¿va con el jato?, etc. Y por último se empieza a regateo
(¿cuánto pides?, ¿cuánto ofreces?, te puedo bajar 100 pesetas, con esfuerzo te
subo 50, afina un poco más y partimos). En este momento intervine un tercero
que media en trato (imponiendo su mano sobre las manos unidas del comprador y
vendedor) hasta que se fija el precio intermedio. No hace falta firmar nada:
“pa tí la vaca, pa mí el dinero”. El comprador, que llevaba fajos de billetes
sujetos con gomas, saca una tijerina y marca encima del anca su distintivo,
mientras intercambian comentarios velados: te llevas una joya a precio de ganga,
el negocio de tu vida, no has pagado ni la mitad de lo que vale, etc. La vaca y
el jatín viajarán a Pío, cerca de Oseja.
Bueno, ahora hay que
buscar una vaca para comprar, empezamos a recorrer las filas de ganado, ya hay
mucho vendido (son ya las 12:30 horas), pregunta varios precios pero no
encajan, un señor de Riaño vende una vaca muy guapa pero pide 90.000 pesetas
(muy elevado precio). Mi padre decide cambiar de aires (tiene hambre) y me
lleva a Casa Ulpiano para tomar algo (vino, mirinda y una ración de asadura).
Mientras Toño conversa con otros paisanos, los hijos jugamos en las mesas (con
chapas, palos, piedras, etc.); veo pasar a mi madre (le acompaña mi hermano, el
mayor) con el capazo al brazo; salgo corriendo para decirle que ya hemos
vendido. Me enseña sus compras (unas madreñas, un pote, pimentón para la
matanza, un par de zapatillas para cada hijo, etc.) y me ordena que le
comunique a mi padre que retornan al pueblo.
Tras el refrigerio, en vez
de tomar la dirección de La Puerta, mi padre se dirige hacia la casa de
Vitorino, “el oso”, (el Riaño son habituales los motes de animales salvajes)
para negociar la compra de esa preciosa vaca; tras unos minutos de conversación
y el regateo correspondiente, nos dirigimos a la cuadra aledaña donde mi padre
paga la cantidad acordada y el vendedor entrega la mercancía.
Creo que salió algo cara porque
fue origen de algunas discusiones matrimoniales aunque los cónyuges siempre se
echaban en cara que les engañaban en sus respectivos tratos o negocios… pero
era la vaca más hermosa del mundo.
Jesús (el mediano de Toño
y Enedina).
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