sábado, 27 de mayo de 2017

UN REBAÑO HACIA LOS VERDES PASTOS MONTAÑESES.


UN REBAÑO HACIA LOS VERDES PASTOS MONTAÑESES.

En La Puerta, a primeros de junio, el sol empieza a calentar sobre las 11 de la mañana; estamos en El Cuarno (mi hermano Miguel Ángel y yo), cogiendo cotrín y finas hierbas de los cabeceros de las tierras para dar de comer a los conejos. Desde la lejanía se propaga sin cesar unas melodías muy peculiares, oímos los sonoros campanos de los mansos sobre las agudas esquilas y la melódicas cencerrinas; enseguida identificamos los sonidos con el rebaño trashumante, detenemos nuestra actividad y dirigimos nuestras miradas hacia “La Cuesta”, a la derecha; por encima de La Barga y los hornos empiezan a extenderse una mancha blanquecina, son las ovejas merinas, que avanzan lentamente, sin parar y van dispersándose por todo el terreno para pastar la verde hierba primaveral. Entre el mar de ganado resaltan manchas más oscuras, observo cabras y sobresale alguna caballería, también varias personas a pie, distribuidas en lugares estratégicos: uno al frente, otro por El Collao, dos al final y un quinto por la carretera.



Subimos por la cuesta situada delante de la casa de Jandra y esperamos en las veredas superiores a que se acerque el rebaño; en vanguardia desfilan dos mastines leoneses: un robusto negro (en la zona superior) y otro imponente de pelaje atigrado (en el área central); nos observan sin detenerse (deduzco que no nos consideran peligrosos) pero nos intimida poderosamente su aspecto y tamaño. Unos 30 metros después, encabezando la marcha ovina, va el “compañero”, Emeterio, (todos apodan “Teyo”), natural de Prioro; camina seguro (conoce el camino, no duda), le acompañan dos carneros adalides, luciendo sus sobresalientes cuernos en espiral y sendos grandiosos cencerros, colgados de un grueso collar de cuero amarrado a su cuello y afianzado por dos tiras, de idéntico material, que se cruzan en la frente. Hablamos un rato con el pastor para someterlo al interrogatorio habitual:
- ¿Cuántas van?: “unas 1.500 cabezas, contando ovejas y cabras”.
- ¿Y carneros?: 40, más 20 mansos, que son los capados. ¿Lo sabíais?
- ¿De dónde venís?: “de muy lejos, al sur, una región llamada Extremadura”.
- ¿A dónde vais?: “a Cuénabres, hoy dormiremos en nuestro destino: el puerto de Peñapequeñina”.
- ¡Qué nombre más graciosin!. ¿Dónde pasasteis la noche? “en  un prao de Salio”.
Las ovejas nos están rodeando, tenemos que salir de esta masa moviente, nos abrimos paso para descender hacia la carretera; en el camino nos cruzamos con una mastín pío que estaba camuflado entre la multitud (sus afiladas carlancas lo han delatado).
El pastor que circula por el asfalto porta una vara larga con un gancho metálico acabado en bola y nos aclara que sirve para enganchar la oveja por una pata trasera; se presenta como Argimiro, el de Tejerina (nos tiene que aclarar su ubicación: al lado de Prioro), y también nos comenta que sus obligaciones son de “persona”, es decir, debe evitar que el ganado acceda a las fincas privadas (praos, tierras, huertas) y para conseguirlo cuenta con la excelente colaboración de dos perrines, los cuales no pierden de vista las reses (uno hacia atrás y otro hacia adelante); son muy listos, es un deleite verles actuar: en cuanto los empizca, con un simple gesto o suave silbido (a veces, incluso, sin la intervención del ordenante), acuden velozmente a las ovejas que se aproximan a la calzada (para que no sean atropelladas o causen un accidente a los escasos vehículos que circulan). Les hemos llamado varias veces (“¡titi!, ¡titi!”) pero no hacen ni puñetero caso.



Nos vamos corriendo hasta la renombrada fuente de La Canalina, donde un mastín pinto (amarillo y blanco) bebe agua sin inmutarse; ascendemos unos metros y nos topamos con un joven zagal que ansioso nos reclama: “¡Eh!, ¡rapaces!”, ¿hay por aquí una fuente?, que tengo el gañote reseco por el polvo del camino”. Encantados, deshacemos el trecho recorrido para degustar el agua del manantial referido, delicia para caminantes, conductores, animales, alimañas, etc. El pastor pasa la mano por el pocín del agua un par de veces (siempre se hace, por si hubiera babas retenidas de un bicho) y, tras saciar su sed (tumbado y apoyado en sus brazos flexionados), retorna de inmediato a su posición para seguir arreando el ganado pues sabe que vienen apretando el paso otros dos rebaños a escasa distancia. Antes de despedirnos nos comenta que se llama Juan Francisco y también procede de Prioro, pueblo distinguido por la profesionalidad y cantidad de sus pastores. Le preguntamos si conoce a Don Antonio: “no me suena”. Le aclaramos que es el cura de nuestro pueblo y sus padres se llaman Lucrecia e Hilario. Por supuesto que les identifica; todos los pastores coinciden en calificarlos como “buena gente”. Y también se acuerda de las mozas Lola y Maruja (casadas con Gundo y Dito, repectivamente): “algún baile hemos echao”.
A escasos metros transitan dos mulas (cargadas con sus bártulos cubiertos por mantas marrones y de cuadros) y tres burros (provistos de alforjas) que acarren cargas diversas en sus lomos: alimentos para las personas (aceite, azúcar, ajos, sebo, cecina, etc.), el ganado (sal, pan duro) y los canes; además de redes de cuerdas para montar corrales provisionales, pieles para aislar del suelo, calderas, utensilios, etc.
Tras evitar las caballerías nos dirigimos al final del rebaño.


Jesús (el mediano de Toño y Enedina)

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