CHORRO, MORRO, PICO,
TALLO, ¿QUÉ?
Cualquier día de verano, tras el desayuno preceptivo, los
rapaces salimos a la calle y cernolineamos en busca de aventuras; al final,
solemos acabar delante de la casa de mi tía Carmen, donde correteamos niños
(también ninas) de diferentes edades. Hoy hemos decidido jugar a “chorro,
morro,…” y nos enfrentaremos “los del pueblo” contra “los de fuera”.
Para “hacer de juez” necesitamos un chaval maduro y “de
fiar” ya que si se confabula con un oponente nunca acertaremos y, por tanto,
permaneceremos “de burro” hasta que se descubra el engaño; además, debe hacer
funciones de árbitro: verificar que los saltadores no tocan el suelo (apoyando
un pie o mano) ni se desplazan (aunque sea disimuladamente) con la intención de
proporcionar más espacio al resto de participantes. A la altura del pozo de su
abuelo, aparece mi primo Toti, al cual
convencemos para que ejerza la función descrita.
Comenzamos el juego, sorteamos quién se la queda (nos ha
tocado) y su señoría se coloca de espaldas contra la pared, con las piernas
abiertas ligeramente para que Alfredín se agache, encaje su cabeza y se agarre
a cada uno de los muslos mientras apoya sus hombros contra ellos. Detrás, en la
misma posición, nos situamos por este orden: Santiaguín, Ramón, Metrines,
Manolín (de Pepón), Javi, el que suscribe y Miguel Ángel. Los más jijas
(resisten menos) se les coloca delante y a los más fornidos al final ya que
primero saltan los escuchumizaos (pesan menos) y los últimos en hacerlo son los
más gruesos (su peso les impide elevarse y progresar varios puestos).
Empiezan a lanzarse los jugadores veraneantes: Josines
(primo de Anselmín) se apoya en mi espalda y avanza hasta Ramón, al que se
abraza para evitar la caída; Alejandro (de Emilia) realiza otro buen salto y
aterriza sobre Metrines (se le flexionan las rodillas, pero aguanta), Javier
(de Sofía) impacta sobre su tocayo (que exclama: ¡Ay!, ¡Ay!, ¡Ay!); Pedrito (de
Sabina) asienta sus posaderas encima de Manolín, apretando las piernas hacia
adentro para sujetarse mejor; Andresito (sobrino de Pedro y Amparito) cae “a
plomo” sobre mi espalda (en mi reacción me acuerdo de su progenitora); José
Mari (de Nides) se acomoda entre mi hermano y yo, inclinándose hacia adelante y
adhiriéndose como una lapa a su predecesor); Carlos (de Araceli) embiste a su
predecesor (la fila se tambalea) y, mientras, emite una sonora carcajada
(Miguel Ángel suelta varios tacos al mismo tiempo) y, por último, se sube al
carro, Julito (también de Nides); éste solamente se impulsa un poco: al ser muy
alto y esgalichao, sus pies casi rozan el suelo (no le quito el ojo desde mi
ángulo de visión invertido).
Con todos los saltadores encima del burro, el primero
ofrece el pulgar de su mano a la madre para que lo agarre y pregunta en alto:
“¿chorro, morro, pico, tallo o qué?” (cada vocablo se corresponde con un dedo).
Santiaguín, rápidamente (hay que descargar cuanto antes), contesta: “chorro”; su
acierto nos libera de pesos y nos permitirá practicar los saltos (bastante más
agradable y divertido).
Los foráneos se van agachando y enlazando en el orden que
han saltado; nosotros mantenemos también la sucesión anterior: Santiaguín coge
bastante impulso (precisa salvar la elevada altura de Julito) pero sólo llega a
los omóplatos de José Mari; Ramón apoya mal una mano, se desequilibra pero
consigue trabar sus piernas por el lateral de José Mari; Metrines se planta en
el lomo de Carlos (y tiene que agarrar a Ramón que está demasiado escorado);
Javi se coloca entre Carlos (empieza a restolear) y Julito; Manolin se adhiere
lo máximo a su predecesor (sabe que andaremos muy justos); yo consigo sujetarme
en la ladera descendente del pronunciado espinazo de Julito y mi hermano se
encalama sobre mi espalda (aferrado a mis hombros, como un esguilo a la rama
del pino).
Ahora urge acabar este lance cuanto antes ya que estamos en
una situación de total inestabilidad, con riesgo inminente de caída; para
nuestra sorpresa, y en beneficio propio, Carlos se arrana y acabamos
esparramaos por la superficie sin asfaltar (no hay heridos, solo algún
rasponazo que no se alivie con un soplido y un poco de saliva). Sus compañeros
se emburran, alguno le ofrece una estallina.
Después de varios
juegos muy disputados y emocionantes, estoy cansado y mi lomo algo mancao; le propongo
a mis compañeros cambiar de juego (“a la una salta la mula”) y así podrán
intervenir otros niños (Pepín, Yonchu, Albertín, Cesar, Manolín -de Gundo-,
etc.) y niñas (Olga, Sara, Mari Luz, Ana Mari, Marleni, las dos Angelines -la
de Sole y la de Villafrea- etc.) que se han incorporado como espectadores
(muchas veces jugamos todos juntos). En cuanto me ofrezco para quedármela todos
aceptan; me agacho, colocando mis codos sobre los muslos, y empiezan a saltar:
Iñaki, el primero, dice: “a la una, salta la mula” y
realiza un salto apoyando las manos sobre mi espalda y abriendo las piernas
para no tocarme.
Su primo, José Luis, va detrás y declara: “a las dos, da una
coz”; al efectuar el pase toca con el pie en mi trasero (sin pasarse).
Ahora le toca a Vicente, el de Dito: “a las tres, con la
mano y con el pie”, añadiendo un suave azote a la obligación anterior.
Para el siguiente, Juanjo, el de Fabio,… ¿qué viene ahora?...
ya no me acuerdo del resto de frases ni sus acciones correspondientes; ¿alguien
me puede refrescar la memoria?.
Jesús el mediano de Toño y Enedina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario